Sufro tanto que a veces ni siquiera
sé si sufro por mí o por el obrero. El sufrimiento nace, simplemente. Es como un árbol ciego. No lo busco, lo llamo ni lo aguardo. Nace cuando lo quiere. Es como un chorro de alcohol,
como una almohada de alfileres. Es amargo y sangriento a medianoche
y a veces -sin permiso- en las aceras. Me anuda la camisa hasta asfixiarme. Me riega ácidos malos en las venas. Sin embargo, hermanos, cuando falta
es como si mi carne estuviera vacía. Como si no corriera el jugo de mi sangre. Como si a chorros, roja, se me huyera la vida.
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Nada no sé no entendí bien
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