Sobre el autor de El pagano, Jack London
John Griffith Chaney; San Francisco, 1876 - Glen Ellen, 1916. Novelista y
cuentista estadounidense de obra muy popular en la que figuran clásicos como La
llamada de la selva (1903), que llevó a su culminación la aventura romántica y la
narración realista de historias en las que el ser humano se enfrenta
dramáticamente a su supervivencia. Algunos de sus títulos han alcanzado
difusión universal.
En 1897 London se embarcó hacia Alaska en busca de oro, pero tras múltiples
aventuras regresó enfermo y fracasado, de modo que durante la convalecencia
decidió dedicarse a la literatura.
Actividad:
1) Leer el texto ;El Pagano”, de Jack London.
2) Leer la biografía del autor y responder: ¿Jack London puede haber
inspirado en sus experiencias para escribir este relato?
3) Señalen con una N cuales de las siguientes dificultades a las que se
enfrentan los protagonistas de este relato, son producto de la naturaleza
y con una H, las dificultades producto de la voluntad humana.
-Naufragio
-Capitán francés
-Cazadores de cabezas
-Tiburones
4) En dos momentos del texto “El pagano”, Charley toma contacto con
costumbres rituales de otras culturas.
A. Identifiquen esas dos costumbres y trascríbalas.
B. Expliquen si estas costumbres son para Charley una nueva fuente de
peligro o de nuevos conocimientos.
5) ¿Cuál es el obstáculo interior contra el que lucha Charley con la ayuda
de Otoo?
6) ¿Ambos personajes pueden ser considerados héroes? ¿Por qué?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
John Griffith Chaney; San Francisco, 1876 - Glen Ellen, 1916) Novelista y cuentista estadounidense de obra muy popular en la que figuran clásicos como La llamada de la selva (1903), que llevó a su culminación la aventura romántica y la narración realista de historias en las que el ser humano se enfrenta dramáticamente a su supervivencia. Algunos de sus títulos han alcanzado difusión universal.
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En 1897 London se embarcó hacia Alaska en busca de oro, pero tras múltiples aventuras regresó enfermo y fracasado, de modo que durante la convalecencia decidió dedicarse a la literatura. Un voluntarioso período de formación intelectual incluyó heterodoxas lecturas (Rudyard Kipling, Herbert Spencer, Charles Darwin, R. L. Stevenson, Thomas Malthus, Karl Marx, Edgar Allan Poe, y, sobre todo, la filosofía de Nietzsche) que le convertirían en una mezcla de socialista y fascista ingenuo, discípulo del evolucionismo y al servicio de un espíritu esencialmente aventurero.
En el centro de su cosmovisión estaba el principio de la lucha por la vida y de la supervivencia de los más fuertes, unido a las doctrinas del superhombre.
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Su obra fundamental se desarrolla en la frontera de Alaska, donde aún era posible vivir heroicamente bajo las férreas leyes de la naturaleza y del propio hombre librado a sus instintos casi salvajes. En uno de sus mejores relatos, El silencio blanco, dice el narrador: "El espantoso juego de la selección natural se desarrolló con toda la crueldad del ambiente primitivo". Otra parte de su literatura tiene sin embargo como escenario las cálidas islas de los Mares del Sur
El escritor Emilio Gavilanes, a quien entrevistábamos días atrás con motivo de la reciente publicación de El reino de la nada (Menoscuarto, 2011), nos recomendó para esta sección el cuento “El pagano”, de Jack London, porque
“Yo empecé a escribir cuentos leyendo los de Jack London. Los leía y pensaba: yo quiero hacer algo así algún día. Podría escoger muchos cuentos de Jack London, pero el que quiero señalar ahora es El idólatra, o El pagano, según la traducción. Trata de un occidental que salva la vida a un indígena de los Mares del Sur, que a partir de ese momento se siente en deuda con él y le sigue y le sirve como un esclavo. Renuncia a su individualidad hasta el punto de cambiar su nombre por el de quien le salvó la vida. Es un cuento que acaba con uno de los gritos más conmovedores y desgarradores de la historia de la literatura”.
E.G.
Cuento de Jack London: El pagano
Nos conocimos bajo los efectos de un huracán. Aunque los dos íbamos en la misma goleta, no me fijé en él hasta que la embarcación se había hecho pedazos bajo nuestros pies. Sin duda, lo había visto anteriormente con los demás marineros canacos, pero sin prestarle ninguna atención, cosa muy explicable, pues la Petite Jeanne rebosaba de gente. Había zarpado de Rangiroa con una dotación de once individuos -ocho marineros canacos y tres hombres de raza blanca: el capitán, el segundo y el sobrecargo-, seis pasajeros distinguidos, cada cual con su camarote, y unos ochenta y cinco que viajaban en cubierta y eran indígenas de las islas Tuomotú y Tahití. Esta muchedumbre de hombres, mujeres y niños llevaba consigo un número proporcionado de colchonetas, mantas y fardos de ropa.
La temporada perlera de Tuamotú había terminado y todos los que habían trabajado en ella regresaban a Tahití. Los seis pasajeros que disponíamos de camarote éramos compradores de perlas. Había entre nosotros dos americanos, un chino (el más blanco que he visto en mi vida) que se llamaba Ah Choon, un alemán y un judío polaco. Yo completaba la media docena.
La temporada fue tan próspera, que ni nosotros ni los ochenta y cinco pasajeros de cubierta teníamos motivos para quejarnos. Las cosas nos habían ido bien y todos estábamos deseando llegar a Papeete para descansar y divertirnos.
No cabía duda de que la Petite Jeanne iba excesivamente cargada. Sólo desplazaba setenta toneladas, y la cantidad de gente que llevaba a bordo era diez veces la que debía llevar. Las bodegas reventaban de copra y madreperla, y el cargamento había invadido incluso la cámara donde se efectuaban las transacciones comerciales.