SANTA ROSA DE LIMA Lima era una ciudad pequeña y llena de lo de siempre: rumores, chismes, comparaciones, envidias, mazamo- rra morada, picarones, sanguito y gallinazos. Los ca- rruajes de moda recorrían las escasas cuadras de la cuadrada capital de Los Reyes mientras que, por sobre los abanicos, las tapadas ensayaban una y otra vez esas miradas hoy convertidas en marinera. Los hombres y mujeres no eran muy distintos. Una gran mezcolanza de virtud, odios, engreimientos, mediocri- dad y grandeza. La Evangelización iba encontrando ya una estructura fuerte gracias al sabio gobierno del santo arzobispo Toribio de Mogrovejo. Los grandes santos empezaban a arder en la caridad de Jesucristo: Francisco Solano, Juan Masías, Martín de Porres. Hombres tan grandes como humildes. Hombres sen- satos. Hombres de los que no era digno el mundo. Pero a Lima le faltaba una mujer, una santa. Y Dios nos concedió a Rosa. Una mujer sensata. Una dulce flor que iluminó a América entera. Su mamá soñaba con que se casara. Su papá también. Pero parece que ella no. No era tímida. Tampoco rara. Sólo distinta. Difícil de entender. Y desde niña había sido así: "Todo en ella era dulce, afable, atrayente, comunicativo y luminoso. Todo inspiraba confianza y ternura, veneración y cariño, profunda simpatía y reli- giosa veneración: su modestia sin afectación, su gravedad sencilla, su afabilidad graciosa, su paciencia ilimitada, su abnegación heroica, su actividad serena, su prudencia consumada, aquella acordada consonan- cia entre sus palabras y sus obras, y aquella tranquili- dad de su rostro y de su espíritu jamás turbados por las adversidades y contratiempos de la vida". 2000T AWNIN Muchas veces pensamos que Santa Rosa era monja. No es así, era laica. Se dedicaba a rezar, a servir a los más pobres y a ayudar en su casa. Con estos datos uno puede sentirse tentado de pensar: "y eso ¿qué tiene de extraordinario?". En verdad, externamente nada. Cosas sencillas. Cosas simples que se van llenando de amor hasta el heroísmo. Es que la santidad está ahí, en lo cotidiano. Santa Rosa lo entendió muy bien y lo vivió hasta las últimas consecuencias. Su corazón ardió 31 años. Murió el 24 de agosto de 1617. Había nacido en 1586. Es patrona de América y de las Filipinas. Juan Pablo Il dijo de ella: "En Rosa de Lima se encuentra en perfecto equilibrio los elementos necesarios para llevar a cabo la nueva evangelización que nos compromete a una transformación profunda: una fe genuina, centrada en los misterios del cristianismo y vivida con ferviente amor y entrega sin reservas a Jesucristo. Como fruto de esta experiencia brota en ella el deseo de evangelizar, de anunciar por calles y plazas las exigencias del Evangelio y la dignidad de los hombres, llamados a ser hijos de Dios por medio de la gracia. Como sello de autenticidad y expresión vital de su fe cristiana, Rosa de Lima nos reta con su generosidad en el servicio de los más pobres y necesitados".
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Coronavirus | Las huellas que dejan las grandes epidemias en las sociedades Igual que las grandes epidemias del pasado, el coronavirus ha dejado en pocas semanas su huella en todo el mundo, con países aislados, fronteras cerradas y una economía al ralentí. La gripe española de 1918 o la peste negra del siglo XIV, también dejaron huella, aunque la Europa del final de la Edad Media o de la Primera Guerra Mundial tiene poco que ver con la sociedad hiperconectada y globalizada de hoy. “Una epidemia siempre es un momento de prueba para una sociedad y una época”, estima el historiador de ciencias Laurent-Henri Vignaud de la universidad de Borgoña. “Pone en peligro los lazos sociales, desata una forma larvada de guerra civil en la que cada uno desconfía del vecino”, señala. “En la etapa en la que estamos da lugar a escenas grotescas donde los clientes de los supermercados luchan por el último paquete de papel higiénico... Más trágicamente, en Italia, los médicos tienen que elegir entre salvar a un paciente u otro por falta de material, como en una situación de guerra”, afirma Vignaud. “Distancia mínima” Con la imposición de cuarentenas o la invención de métodos de desinfección, las grandes epidemias marcaron "nuestro sistema de salud", explica el historiador y demógrafo Patrice Bourdelais de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS). La llamada gripe española del final de la Primera Guerra Mundial tuvo “un efecto estructurador en la historia de la salud”, subraya el geógrafo Freddy Vinet de la Universidad Paul Valéry de Montpellier. Esta gran pandemia moderna, con sus 50 millones de muertos, hizo tomar conciencia sobre la necesidad de una gestión global del riesgo de infección e hizo emerger una generación de médicos jóvenes especializados en virus. Ha tenido otro tipo de impacto: “En términos de comportamiento, se ha creado una distancia mínima respecto al prójimo que es mayor en nuestras sociedades occidentales que en otras”, afirma Bourdelais. Las epidemias también conducen a la designación de ch