Resumen de dragal 1 porfa
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Capítulo I
El secreto
La sombra del dragón alcanzaba todos los rincones,
aunque Adrián era el único que podía sentir su presencia. El poder de Dragal se manifestaría muy pronto,
pero para aquellos que lo ignoraban solo era un día más,
como cualquier otro.
Todos los alumnos de la clase aguardaban con expectación la llegada de doña Ermitas con las calificaciones
del examen de Matemáticas. Sabían que, como siempre,
haría su entrada en el aula apenas dos minutos después de
sonar el timbre.
Ni un segundo antes ni después.
La vieja profesora apareció puntual, con su carpeta
abrazada contra el regazo. Muy despacio, colgó la chaqueta de lana roja en el respaldo de la silla y, tras saludar a los
presentes, comenzó a repartir las calificaciones por los pupitres.
—Antón… Sin comentarios. Nos veremos en la recuperación y, como sigamos así, también el año que viene.
—Teresa… Podías haberlo hecho mucho mejor.
—Breixo… Hay que usar la cabeza para algo más que
para sujetar la gorra.
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—Antía… Sigue así. Un ocho.
—Marta… En esta ocasión yo esperaba mucho más
que un aprobado justito.
—Miguel… Bien, raspadito, pero algo es algo.
Mientras la maestra realizaba su recorrido entre las
mesas, acercándose poquito a poco al fondo de la clase,
Adrián observó a través de la ventana. Las gotas de lluvia
golpeaban contra los cristales pero el chaval había fijado
su mirada más allá, en la fachada de la vieja iglesia de San
Pedro.
Encontró su silueta en la cornisa, como siempre, y
sonrió cuando el viejo Dragal le guiñó el ojo con complicidad.
El resto de alumnos, ajenos a los movimientos del
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para salir, aunque no pudo marcharse del aula tan rápido
como hubiera deseado. La maestra detuvo sus pasos posando una mano sobre su hombro en un gesto que no
pudo eludir.
—Aguarda… quiero hablar contigo.
En segundos quedaron a solas, frente a frente, profesora y alumno.
Doña Ermitas observó detenidamente al joven, que
en las últimas semanas había perdido aquella mirada de
niño extraviado con la que había ingresado en el instituto, a comienzos de curso.
—Quería darte mi enhorabuena. En esta ocasión has
hecho un gran trabajo.
La maestra había estado todo el curso muy preocupada por aquel chaval. Hijo único de una familia destrozada
por la catástrofe, había llegado al centro trasladado desde
otra ciudad después de la muerte de su padre. «El tiempo
es la mejor medicina para restañar las heridas del alma»,
pensó la docente.
Adrián no le respondió de inmediato. A doña Ermitas le pareció que dejaba vagar su mirada a través de la
ventana del aula, que se abría a su lado, fijándola durante
un instante en algún punto más allá. Fue apenas un instante, pero de inmediato su rostro se iluminó con una
abierta sonrisa que dejó al descubierto los brackets de un
corrector dental.