Quiénes eran los caquiques en la segunda mitad del siglo XlX de Mexico doy corona
Respuestas a la pregunta
Los caciques de una nación independiente
El inicio de México como Estado nacional no fue muy afortunado. A nivel nacional el Estado mismo casi desapareció, mientras la élite se enfrascó en una disputa que poco a poco se transformó en una lucha a muerte monarquistas contra republicanos, masones contra clericales, federalistas contra centralistas, liberales contra conservadores, etcétera, pero, a nivel local, la comunidad, sobre todo la indígena, ganó espacios y ciertos caciques de corte tradicional recibieron un segundo aire. Sin embargo, lo más importante fue que la guerra hizo subir a la superficie a un nuevo tipo de "hombre fuerte", donde la herencia tenía poco que ver y mucho la capacidad personal. Los jefes insurgentes locales, los líderes de partidas de bandidos, los jefes del ejército nacional, etcétera, se convirtieron en la nueva horneada de caciques, muchos de ellos mestizos y algunos criollos.
Como bien lo señalara Fernando Díaz y Díaz, en la primera mitad del ochocientos el centro de la escena nacional lo compartieron caciques y caudillos. Los primeros fueron los señores de la política local, pero funcionando como apoyo de los segundos, los señores de lo que había de política nacional. Caudillos y caciques del México independiente partían, por necesidad resultado de la destrucción del viejo régimen y de la indefinición del nuevo, del ejercicio de una dominación carismática, pero mientras el caudillo, de mentalidad urbana, iba por el camino que, en teoría, conducía a la dominación legal y moderna, el cacique, de mentalidad rural, propiciaba el retorno a una dominación de tipo tradicional. Si las figuras representativas del caudillo fueron los generales Agustín de Iturbide y Antonio López de Santa Anna, la del cacique en este caso liberal fue la de Juan N. Álvarez, "el patriarca del sur".12 Los primeros eran militares criollos de carrera, en tanto que Álvarez, también criollo su padre era gallego, tuvo una instrucción formal escasa, pues, huérfano de padre y madre a los 17 años, debió de habérselas por sí mismo con apenas tres o cuatro años de estadía en una escuela de la capital del reino. Al incorporarse, a los veinte años, a las filas del insurgente Morelos, al inicio de la independencia, Álvarez debió aprender las artes militares sobre la marcha, pero, gracias a una combinación de inteligencia y valor, llegó a convertirse en una auténtica leyenda en su región.
¿Y el futuro?
Como bien lo notara Wayne Cornelius, en el México contemporáneo la de cacique es una de las pocas posiciones de poder político que no están sujetas ni al ciclo sexenal ni a la no reelección.21 Es por ello que la pérdida de poder del PRI en las elecciones nacionales del 2 de junio no implica que toda la compleja y enorme estructura de los "tiranos chicos", construida por y para el viejo partido de Estado, deje de existir cuando el nuevo gobierno y el nuevo régimen democrático asuman el poder el 1 de diciembre de 2000. Sin embargo, no hay duda de que al entrar México en una fase política hasta hoy desconocida la del pluralismo democrático, el caciquismo ligado al régimen que mantuvo un monopolio político por casi la totalidad del siglo XX perdió su base fundamental de apoyo político, que no necesariamente del social, y necesariamente va a experi-mentar un cambio sustantivo que debería ser el principio de su decadencia definitiva.
Lo deseable para la salud cívica del
México del siglo XXI es que el caciquismo, como forma de intermediación entre una comunidad o grupo y la autoridad formal, sea reemplazado de una vez por todas por organizaciones formales, sujetas a escrutinio público y a la responsabilidad ante la ley. Otra forma de decirlo es: la sociedad civil puede y debe sustituir de manera definitiva al caciquismo como la forma de ligar al ciudadano con la autoridad. Pero una cosa es el debería ser y otra lo que efectivamente será. Y en un plano inmediato, el viejo PRI va a intentar refugiarse en el caciquismo sindical y, sobre todo, en el regional. La permanencia del viejo régimen en estados como Tabasco o Yucatán puede llevar a la prolongación de los cacicazgos más allá de lo que su ciclo de vida a nivel nacional podría permitir. Por tanto, la siguiente fase de la democratización mexicana deberá ser una lucha conjunta de la sociedad y las nuevas autoridades, cuya meta debe ser la conquista de los reductos caciquiles y hacer del inicio del siglo XXI la tumba de esa vieja y, ahora, anacrónica institución