Qué hechos sociales motivaron a Mons. Romero a pedir al ejército el cese de la represion
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os 12 meses que abarcan la segunda mitad de 1979 y la primera de 1980 son quizá el año más convulso –y fascinante– de la historia política reciente de El Salvador. Y dos personajes esenciales del período son el entonces arzobispo de San Salvador, Monseñor Romero, y el coronel Majano, activo integrante de la Junta Revolucionaria de Gobierno surgida del golpe de Estado de octubre del 79.
Óscar Arnulfo Romero y Galdámez no sobrevivió a aquel año tumultuoso: lo asesinaron el 24 de marzo de 1980. Tres décadas y media después, la Iglesia católica lo beatificó y es muy probable que termine canonizándolo.
Adolfo Arnoldo Majano Ramos salió ileso de los tres atentados que sufrió: dos en 1980 y un tercero en 1988. Nacido en abril de 1938, tiene al momento de esta plática 78 años muy bien llevados, tanto física como mentalmente. Sus últimos 35 años los ha vivido exiliado en México y Canadá. A El Salvador regresa muy poco y, cuando lo hace, mide cada uno de sus movimientos y escoge a las personas con las que se toma un café, porque está convencido de que aún hay sectores políticos en el país que quieren asesinarlo.
Romero y el coronel Majano habían coincidido alguna vez en eventos públicos, pero no se conocieron hasta después del golpe de Estado del 15 de octubre. En diez días diferentes de sus últimos cinco meses de vida el arzobispo consignó en su diario reuniones o pláticas telefónicas con el coronel, y la contraparte asegura que fueron más. “Mi relación con él fue siempre buena”, dice, y su mejor aval son las palabras y el tono que Romero utilizó para referirse a él.
Sin embargo, el coronel Majano se expresa con un dejo de desaire –hostilidad, incluso– hacia la figura crecida hasta la inmortalidad del arzobispo de San Salvador. Contrario a los sectores de derecha que lo odiaron en vida y en muerte, pero que desde que el papa Francisco anunció su beatificación parece que han comenzado a bajar la guardia, el coronel Majano habla de Romero como si le conociera secretos inconfesables por los que le incomodara que se le relacione con la palabra ‘santidad’.
Esa visión desmitificada del arzobispo asesinado es quizá uno de los principales alicientes de esta entrevista, que tiene como columna vertebral las referencias sobre el coronel Majano que Romero plasmó en su diario.
¿Quién era Romero en 1979? ¿Era su voz tan sonora y respetada como se nos ha vendido?
Yo supe de él desde mucho antes, porque una hermana mía estudió en San Miguel y alguna vez me había hablado de él, de cuando era cura. De ahí no volví a saber hasta que fue nombrado obispo en Santiago de María [1974]. La Iglesia siempre ha tenido mucho respeto en El Salvador, y yo respetaba la figura de todos los obispos en aquellos años.
¿Usted es católico practicante?
Soy católico, y me gusta aclararlo porque, por las cosas que digo, hay quienes lo dudan. Siempre me gustó escuchar a los jerarcas de la Iglesia, pero para analizar sus discursos.
Entonces, ¿Romero era en verdad un referente político a finales de los setenta?
Sí, sí, sin duda. Cuando Monseñor Romero llegó a arzobispo, yo trabajaba en Casa Presidencial, en el Estado Mayor Presidencial del coronel Arturo Armando Molina. Siempre lo escuchaba, y sus críticas iniciaron casi desde el principio.
No a nivel de política partidaria, pero ¿diría que desempeñaba un rol político?
Sí, él ya tenía un nombre a escala nacional.
En su opinión, ¿denunciaba con la misma fuerza los excesos de las fuerzas de seguridad que los de los grupos armados de izquierda?
En aquel entonces yo estaba convencido de que se limitaba a denunciar las violaciones a los derechos humanos, sin dar tanta importancia a si era equitativo o no. Él siempre decía eso de que condenaba la violencia viniera de donde viniera.
¿Y así era?
Él denunciaba sobre todo a los cuerpos de seguridad, se le veía ese tinte. Apenas se le escuchó alguna denuncia fuerte contra los grupos subversivos. Aunque repito: yo en aquellos años no me percataba tanto de eso.
Podría decirse, con razón, que las fuerzas de seguridad cometieron más abusos que la incipiente guerrilla.
Los grupos de izquierda secuestraron y asesinaron mucho en los primeros meses de Monseñor Romero... Yo todavía trabajaba en Casa Presidencial cuando asesinaron al ingeniero Borgonovo Pohl, un asesinato a sangre fría cometido por las FPL [Fuerzas Populares de Liberación].
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