Arte, pregunta formulada por mishelxiomi, hace 18 horas

mis ideas sobre el Perú que quiero doy coronita

Respuestas a la pregunta

Contestado por aditabalc23
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Respuesta:

El Perú, en el último tercio del siglo XVI era el centro del mundo. La historia de la humanidad discurriría, en adelante, en tierras peruanas. La nueva Roma era Lima. Aquí iban a gobernar, gloriosos y épicos, un nuevo Rey y un nuevo Papa. El apocalipsis había llegado y nacería, además, el Anticristo. Una gigantesca cruzada se organizaría desde los Andes. Asimismo, los ángeles habían profetizado el nuevo lugar de donde resurgiría una esplendorosa civilización, tal como anunciaba,

insistentemente, la Biblia. Un novísimo pueblo de mestizos, indios y mujeres, administrarían la siguiente etapa de la sociedad. Europa, en su decadencia, era el pasado. El Perú, significaba el futuro. Igualmente alcanzaba ribetes universales.

Ese megaproyecto civilizatorio, el primero de esas dimensiones colosales, fue propuesto por el teólogo dominico, ex rector de la Universidad de San Marcos, fray Francisco de la Cruz. La Inquisición reaccionó con un largo proceso para desmontar ese relato utópico. Culminó con un auto de fe en El cuerpo, del primer ideólogo de esa magnitud teórica, ardía en la Plaza Mayor, acusado de heresiarca y sedicioso. Con su incineración también se terminó el fundacional relato de posicionar al Perú como foco de una revolución global.

Pero había nacido una interpretación de los códigos textuales y simbólicos para explicarnos como peruanos. Solo años después, en 1609, con Los Comentarios reales, el neoplatónico Garcilaso de la Vega diseñaba una alianza de civilizaciones: la Inca y la española. Imagina un Perú compuesto inevitablemente por dos tradiciones sin roces mayores. Bajo esas claves, los mestizos, ese grupo de desclasados, solicitaban participar en el juego de poder.

Sin embargo, la administración colonial ya no solo excluía a los indios sino también a los mestizos. Éstos comenzaron a reclamar pública y académicamente su inclusión. El modelo imperial los substraía de toda posibilidad real. Por ello iniciaron un reclamo a la Metrópoli. En 1668, en Philosophia tomística, El Lunarejo, Juan Espinosa Medrano, sostenía una estratégica defensa de la peruanidad creciente. Construye una narrativa con una conciencia mayor y profunda sobre lo peruano pero esta vez desde el lado filosófico. Nuestros intelectuales tendrían una equiparidad epistémica con sus pares europeos. No hay ninguna diferencia en niveles de reflexión y capacidad erudita. En el Perú, sustentaba, también podía alcanzarse altos estándares especulativos. Entonces, la argumentación dejaba de ser solamente una defensa de la naturaleza adánica, paradisíaca o abundante en metales preciosos para sostener una táctica inteligente. Al asumirse que los peruanos, en ciernes, son capaces de pensar y ejercer brillantez, era un paso gigantesco a la mera descripción

tropical del ambiente.

La construcción de una promesa

Esa lógica de ir configurando un arsenal de argumentos cada vez más sólidos y extensos sobre el valor de ser peruanos va a mostrarse con contundencia con El Mercurio Peruano (1791-1795). El epíteto delata su osadía: peruano. Científicos y filósofos juntos para construir una promesa. Se avecinaba una ruta del cual no habría regreso. La comunidad académica ya había interiorizado su valor. La agenda, entonces, tenía una forma cada vez más clara: la emancipación. Pero como toda descolonización, el proceso es vehemente, intenso, con vaivenes. ¿Cómo imaginaron luego a la patria naciente?

Es Manuel Lorenzo de Vidaurre, con su Plan del Perú ([1810],1823), que planteaba desde la racionalidad política una necesaria autonomía de España. Apelaba a la razón como guía de la gobernanza y el uso científico de todo sistema de producción. Las máquinas debían facilitar el trabajo. Afirmaba que distribuir equitativamente las riquezas aseguraba la paz social. Además, la propiedad privada siempre tiene que estar en armonía con el bien común. Era un convencido antiesclavista y asiduo lector de Rousseau y Montesquieu. Subrayaba que toda forma de servidumbre era un contrasentido. Su proyecto, como muchos que imaginaron a un Perú menos desigual, terminó prácticamente en el olvido.

Luego nació la República. Ya a esas alturas, la rebelión de Tupac Amaru había sido aplastada furiosamente unas décadas antes. Con ello, la posibilidad de una nación indígena quedó aniquilada.

El Perú nació blanco, varón, letrado, católico. Es decir, fraccionado, partido, desintegrado. Las ideas de monarquía constitucional de Monteagudo,  

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