II. ORDENA LOS ACONTECIMIENTOS EN FORMA CRONOLÓGICA.
Al registrarse los bolsillos, De Palomares recuerda que olvidó la billetera al cambiarse de ropa.
Apenas lavado y perfumado, se puso la camisa de batista, la corbata de raso y el frac.
Cuando De Palomares vio a la hija de mister Duncan, se olvidó del frac y del baile.
De Palomares se da cuenta que ha perdido la mitad del frac.
De Palomares envió a La camelia roja un telegrama, anunciando que se embarcaba para dar una vueltecita por el mundo.
Doña Petronila, en la tienda, le dice a su hija que invite al señor De Palomares a su tertulia.
El patrón de De Palomares trajo al. sastre más conocido de la villa.
Respuestas a la pregunta
—¡Bájese, patrón, corra, alcáncelo!
De Palomares desciende y va a precipitarse por el hueco de la barrera cuando el auriga le cierra el paso diciéndole:
—¿Y la carrera? ¡Y la propina, patrón!
Mientras se registra febrilmente los bolsillos recuerda que al mudarse de ropa olvidó la cartera y el reloj. Mas como no hay tiempo que perder en vanas explicaciones se despoja del saco de viaje y lanzándolo a las narices del cochero, estupefacto, cruza la barrera como una saeta. En cuatro brincos alcanza los rieles y colero en mano vuela sobre la vía.
El tren gracias a la pendiente marcha con velocidad moderada. Los pasajeros han sacado la cabeza por la ventanilla y los del último vagón, con el conductor a la cabeza, se agrupan en la plataforma.
Aquella escena parece divertirlos grandemente, y Palomares oye sus carcajadas y sus voces de aliento cada vez más sonoras a medida que acorta la distancia:
—¡Corra, corra! ¡Cuidado que lo alcanza!
Esta última frase, que no atina a comprender, le parece algo incoherente, pero rectifica esta suposición al sentirse de improviso sujeto por los faldones del frac, mientras una voz estertórea y colérica suena a su espalda:
—¡ La propina, patrón!
Se vuelve como un rayo, y de un puñetazo bajo la mandíbula tiende en tierra, cuan largo es, al testarudo cochero Desembarazado del agresor, echa a correr de nuevo y gana rápidamente el terreno perdido. En breve sólo unos metros lo separan del último vagón. Entre las caras risueñas que le miran, de Palomares ve una, encantadora, de mujer. Percibe unos ojos azules y una boquita que ríe con carcajadas cristalinas que son para el atrasado viajero un acicate dulce y poderoso. Un esfuerzo más y podrá contemplar a gusto a la deliciosa criatura. Pero, mientras en el tren se alza un coro formidable de gritos y carcajadas, siéntese retenido de nuevo por las colas del frac, en tanto que aquel abominable: “¡La propina, patrón!” le fustiga los oídos como un latigazo. Gira y embiste contra el gigante. Su puño de hierro golpea como una maza el rostro y el pecho del pegajoso acreedor hasta derribarlo semiaturdido.