hubo alguna gracia que el señor no le concedió a Santa Rosa de Lima Y por quéh
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
En diversas ocasiones hemos visto cómo la vida y el culto a Santa Rosa de Lima proyectaron una dimension política. Su "desposorio místico" con el Niño de la Virgen del Rosario avaló la misión evangelizadora de la monarquía hispana empeñada en hacer tabla rasa con la idolatría indígena. Su repudio de los corsarios holandeses y su defensa de la Eucaristía fueron la respuesta patriótica de una virgen guerrera que abanderaba los ideales contrarreformistas de la Casa de Austria. La certeza con la que la santa limeña se sabía prometida a un destino histórico conjugó dos tradiciones bíblicas que Santa Catalina de Siena ya había empalmado en el siglo xiii: el Cantar de los cantares y el Apocalipsis. Y, así como para Raimundo de Capua Catalina fue el ángel del Apocalipsis que ató al demonio por mil años, para el doctor Juan del Castillo la canonización de Rosa inauguraba una nueva edad de espiritualidad eclesial y laica. Incluso su milagroso nacimiento, en el que, según fray Juan Meléndez, participaron todos los influjos benéficos del cielo americano, reivindicaba la dignidad del criollo, del mestizo y del indio. Si algo demostraba la virgen indiana era que el criollo estaba capacitado para la santidad y que el Nuevo Mundo era tierra de santos. Todas estas circunstancias aisladas, empero, partieron de un sólo mythos unificador: el mito de renovación imperial, el mito de Santa Rosa como la diosa Astrea. Repasemos rápidamente la version clásica y cristiana del mito de Astrea para analizar después su adaptación al culto a la primera santa americana.
Explicación:
una renovación universal que se iniciaría bajo el reinado de Augusto César (63 a. de C.-14 d. de C.) (Virgilio Bucólicas 4.6; íd. Eneida 6.791-795). Independientemente de lo que quiso significar con esto, durante la Edad Media y el Renacimiento se creyó que este escritor pagano había anunciado la edad dorada del cristianismo. La virgen Astrea prefiguraba a María y el niño a Jesús. Así lo sostuvieron el emperador romano Constantino I el Grande (d. 280-337) (Oratio ad sanctorum coetum 19), San Agustín (De civitate Dei 10.27) y posteriormente el poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321), quien, en parte por esta profecía mesiánica, tomó a Virgilio de guía en su Divina commedia.