“Fonchito se moría de ganas de besar las mejillas de Nereida, la niña más bonita de su clase.” Nereida tenía unos ojos grandes y muy vivos, una nariz respingada, unos cabellos negrísimos y una tez blanca como la nieve, que debía hacer, pensaba a Fonchito, más suave que la seda. Un día durante el recreo se atrevió a acercarse a ella y sin que lo oyeran sus compañeros que jugaban alrededor le dijo, me gustaría darte un beso en la mejilla, ¿me dejarías? Nereida ruborizándose ligeramente lo miró muy seria antes de responder, te dejaré si bajas la luna y me la regalas. Fonchito se quedó tristón y desmoralizado, qué significaba esa respuesta, sino que Nereida nunca le permitiría besarla en la mejilla. Pero desde entonces empezó a hacer algo que no había hecho nunca antes; pasarse mucho rato mirando la luna embobado desde el balcón o la azotea de su casa. Es decir, cuando la luna salía, lo que ocurre rara vez en la ciudad de Lima, cuyo cielo suele estar cubierto de nubes muchos meses del año. Uno de esos raros días en que lucía en el cielo limeño una luna redonda como un queso, luego de estarla contemplando mucho rato, Fonchito dando un suspiro se disponía a bajar a su cuarto a acostarse. Y en eso con un aceleramiento del corazón advirtió de pronto que la luna no sólo estaba en el cielo sino también a sus pies, reflejada en el balde regadera que usaba Don Rigoberto, su padre, para regar los maceteros con geranios que daban color y vida a la azotea de su casa. Se fue a acostar feliz y agradecido a la casualidad o a los dioses, porque estaba seguro había encontrado la manera de cumplir con la exigencia de Nereida.
ayyuda convertir el cuento en obra plis
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En qué no te intiendo nada
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