el verbo que sena sujeto exprés de esta palabra el gato se subió ala silla
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TEXTOS DE NARRATIVA
Dexter y otros felinos en la narrativa venezolana
Con sus patas en el aire maulló en señal de aprobación, pensé. Fotografía: Ángela Bonadies
La fiesta se extendió hasta las cuatro de la mañana del sábado. Cervezas, tequilas, música, margaritas y buenas conversaciones catequizaban el inicio de los diez días de asueto de Semana Santa. Todos bebimos con la disciplina de quienes rezan un rosario al caletre.
El Cochazo, como les decimos a las fiestas dadas en casa, fue de un claro aspecto memorioso. Pero me refiero a esos recuerdos políticos y musicales que bien le corresponden a generaciones anteriores y se han endosado en nuestras vidas como un préstamo empírico. Comprobamos que personajes como Gonzalo Habla Claro o Trino Mora habitan en una dimensión atemporal.
El momento retro se produjo cuando escuchamos “Curanderos”, tema de Sergio Pérez que dominó por varias semanas el hit parade de su tiempo: sin duda, minutos felices envueltos por una nostalgia ajena: aquella que uno descubre en la música de hace décadas, sobre todo si esta música no pertenece a la generación de uno, como les adelantaba, pero sí a la de aquellos que nos llevan veinte o más años y se la adjudican con claro fervor de pertenencia. Constatamos el orgullo y la militancia de aquellos nacidos en los setenta en esta frase: “Este grupo es de mi generación”.
Corrí y saqué al gato de allí antes de que el portón completara su recorrido. Lo salvé de morir destripado.
La elección fue hecha por Juan Pablo Gómez. Al finalizar la canción, José Daniel Cuevas y yo recordamos la intervención de Sergio Pérez en un mítico vídeo de RCTV para subir la autoestima de los venezolanos. El cantante y nieto de Rómulo Betancourt ha recitado el verso más famoso de la historia de la lucha ecológica en el país: “Conservar la flora y fauna es enseñarte a crecer”.
Seguidamente, Vanessa Sánchez le dio un toque equilibrado a la música: se alineó con la moda ochentosa. Puso a sonar a Karina. Los ochenta se instalaron oficialmente en El Cochazo.
Horas más tarde, bajé a despedir a José Daniel y Juan Pablo. Ellos, a bordo de sus vehículos, alzaron sus manos en señal de hasta pronto como una prolongación del ritual de Curanderos. Yo alcé la mía y dejé caer el control remoto sobre la punta de mis botas. Recuperé el aparato del suelo. Lo apunté hacia el portón del estacionamiento. Oprimí el botón verde. Me erguí y observé que un menudo gato se escabullía en el abismo que para él podría haber sido el carril por donde se desplazaba el portón. Un abismo que probablemente era su consuelo y refugio.
Corrí y saqué al gato de allí antes de que el portón completara su recorrido. Lo salvé de morir destripado. Se trató de una escena que bien pudiera ser dramatizada con el poema “Un gato en un piso vacío” de Wislawa Szymborska, sólo que era precisamente a este gato al que no debía dejar morir: “Eso no se le hace a un gato”, escribe la poeta, dejarlo a merced de la frialdad mecánica del portón del estacionamiento.
El animal era mínimo y la palma de mi mano, para su universo felino, tenía la escala de una tabla de surf. Aguantó, crispado, una ola de brisa.