Historia, pregunta formulada por soniacastillejos729, hace 9 meses

cuento de terror o misterio ayuda plis

Respuestas a la pregunta

Contestado por michamendozasamana52
1

Respuesta:

Por semejanzas:

-Producen intriga

Cierta intriga que pone ansiosos a los lectores

-Producen un ambiente que es tenebroso

-Nunca se sabe que va a pasar

Por diferencias:

-En el cuento de terror es algo obvio, siempre se sabrá que va a terminar con un ´´Villano´´ el de misterio no.

Explicación:

Contestado por gisskawaii
1

Respuesta:

Explicación:

La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí. Como el sol, el calor y la calma ambiente, el padre abre también su corazón a la naturaleza. -Si, papá -responde la criatura mientras coge la escopeta y carga de cartuchos los bolsillos de su camisa, que cierra con cuidado. -Vuelve a la hora de almorzar -observa aún el padre.

-Sí, papá -repite el chico. Equilibra la escopeta en la mano, sonríe a su padre, lo besa en la cabeza y parte. Su padre lo sigue un rato con los ojos y vuelve a su quehacer de ese día, feliz con la alegría de su pequeño. Aunque es muy alto para su edad, no tiene sino trece años.

Y parecía tener menos, a juzgar por la pureza de sus ojos azules, frescos aún de sorpresa infantil. No necesita el padre levantar los ojos de su quehacer para seguir con la mente la marcha de su hijo. Sólo ahora, el padre esboza una sonrisa al recuerdo de la pasión cinegética de las dos criaturas. Cazan sólo a veces un yacútoro, un surucuá -menos aún- y regresan triunfales, Juan a su rancho con el fusil de nueve milímetros que él le ha regalado, y su hijo a la meseta con la gran escopeta Saint-Étienne, calibre 16, cuádruple cierre y pólvora blanca.

Ese padre ha debido luchar fuertemente contra lo que él considera su egoísmo. De este modo ha educado el padre a su hijo. Ha visto, concretados en dolorosísima ilusión, recuerdos de una felicidad que no debía surgir más de la nada en que se recluyó. Lo ha visto una vez rodar envuelto en sangre cuando el chico percutía en la morsa del taller una bala de parabellum, siendo así que lo que hacía era limar la hebilla de su cinturón de caza.

Sin prestar más atención al nimio acontecimiento, el hombre se abstrae de nuevo en su tarea. Adónde quiera que se mire -piedras, tierra, árboles-, el aire enrarecido como en un horno, vibra con el calor. Un profundo zumbido que llena el ser entero e impregna el ámbito hasta donde la vista alcanza, concentra a esa hora toda la vida tropical. Y levanta los ojos al monte.

En la mutua confianza que depositan el uno en el otro -el padre de sienes plateadas y la criatura de trece años-, no se engañan jamás. Dijo que volvería antes de las doce, y el padre ha sonreído al verlo partir. El hombre torna a su quehacer, esforzándose en concentrar la atención en su tarea. El padre sale de su taller, y al apoyar la mano en el banco de mecánica sube del fondo de su memoria el estallido de una bala de parabellum, e instantáneamente, por primera vez en las tres transcurridas, piensa que tras el estampido de la Saint-Étienne no ha oído nada más.

Su hijo no ha vuelto y la naturaleza se halla detenida a la vera del bosque, esperándolo. ¡Oh! no son suficientes un carácter templado y una ciega confianza en la educación de un hijo para ahuyentar el espectro de la fatalidad que un padre de vista enferma ve alzarse desde la línea del monte. La cabeza al aire y sin machete, el padre va. Pero la naturaleza prosigue detenida.

Y cuando el padre ha recorrido las sendas de caza conocidas y ha explorado el bañado en vano, adquiere la seguridad de que cada paso que da en adelante lo lleva, fatal e inexorablemente, al cadáver de su hijo. El padre sofoca un grito. Nada se ganaría con ver el color de su tez y la angustia de sus ojos. Ese hombre aún no ha llamado a su hijo.

Aunque su corazón clama por él a gritos, su boca continúa muda. Y si la voz de un hombre de carácter es capaz de llorar, tapémonos de misericordia los oídos ante la angustia que clama en aquella voz. Por las picadas rojas de sol, envejecido en diez años, va el padre buscando a su hijo que acaba de morir. Ya antes, en plena dicha y paz, ese padre ha sufrido la alucinación de su hijo rodando con la frente abierta por una bala al cromo níquel.

Juntos ahora, padre e hijo emprenden el regreso a la casa.

Después de un largo silencio

-Y las garzas, ¿las mataste? -pregunta el padre. Bajo el cielo y el aire candentes, a la descubierta por el abra de espartillo, el hombre vuelve a casa con su hijo, sobre cuyos hombros, casi del alto de los suyos, lleva pasado su feliz brazo de padre. Regresa empapado de sudor, y aunque quebrantado de cuerpo y alma, sonríe de felicidad.

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