Religión, pregunta formulada por nathaliabustamante12, hace 6 meses

¿Cuáles son los principios éticos y morales del cristianismo?

Respuestas a la pregunta

Contestado por kiara00000
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Respuesta:

La ética cristiana radica en la práctica del bien y de las buenas obras, tal como lo manda Jesucristo en el Evangelio. ... Por otra parte, el bien o el buen obrar está presente de modo intrínseco en la persona misma, que según la enseñanza cristiana fue hecho a imagen y semejanza de Dios.

Contestado por khendraka13
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Respuesta: La ética cristiana radica en la práctica del bien y de las buenas obras, tal como lo manda Jesucristo en el Evangelio. Por otra parte, el bien o el buen obrar está presente de modo intrínseco en la persona misma, que según la enseñanza cristiana fue hecho a imagen y semejanza de Dios.

I. El cumplimiento de la realidad en Cristo

1. Cristo como norma concreta

Una ética cristiana debe ser elaborada a partir de Jesucristo. Él, como Hijo del Padre, realizó en el mundo toda la voluntad de Dios (todo lo que es debido) y lo hizo «por nosotros». Así nosotros recibimos de Él que es la norma concreta y plena de toda actividad moral, la libertad de cumplir la voluntad de Dios y de vivir nuestro destino de hijos libres del Padre.

1. Cristo es el imperativo categórico concreto. En efecto, Él no es sólo una norma formal universal de la acción moral, susceptible de ser aplicada a todos, sino una norma concreta personal. En virtud de su Pasión sufrida por nosotros y del don eucarístico de su vida, realizado en favor nuestro y bajo la forma de comunión con Él (per ipsum et in ipso), Cristo, como norma concreta, nos hace interiormente capaces de cumplir con Él (cum ipso) la voluntad del Padre. El imperativo se apoya sobre el indicativo (Rom 6, 7-11; 2 Cor 5, 15, etc.). La voluntad del Padre tiene un doble objeto: amar a sus hijos en Él y con Él (1 Jn 5, 1-2) y adorar en espíritu y en verdad (Jn 4, 23). La vida de Cristo es, a la vez, acción y culto. Esta unidad constituye para los cristianos la norma plenaria. No podemos cooperar sino en actitud de infinito respeto (Flp 2, 12) a la obra salvífica de Dios, cuyo amor absoluto nos sobrepasa infinitamente, según la máxima diferencia (in maiore dissimilitudine). La liturgia es inseparable del actuar moral.

2. El imperativo cristiano se sitúa más allá de la problemática de la autonomía y de la heteronomía.

a) En efecto, el Hijo de Dios, engendrado por el Padre, es ciertamente «otro» (héteros, pero no «otra cosa»: héteron) con respecto a Él; uno que, en cuanto Dios, responde a su Padre de manera autónoma (su persona coincide con su procesión y, por lo tanto, con su misión). Pero, por otra parte, en cuanto hombre, tiene como presupuesto de su existencia (Heb 10, 5-7; Flp 2, 5-8) y como fuente íntima de su actividad personal (Jn 4, 34; etc.) el querer divino o su propio consentimiento a él, incluso cuando quiere gustar dolorosamente todas las resistencias de los pecadores con respecto a Dios[1].

b) En cuanto creaturas, nosotros permanecemos héteron, pero llegamos también a ser capaces de desplegar nuestra actividad personal libre en virtud de la fuerza divina (la «bebida» llega a ser en nosotros la «fuente»: Jn 4, 13-14; 7, 38). Ésta nos llega por la Eucaristía del Hijo, por el nacimiento de gracia con Él del seno del Padre y de la comunicación de su Espíritu. En su obra de gracia, Dios obra gratuitamente («sin precio»); y también a nosotros se nos pide actuar gratuitamente por amor (y no a cambio de «algo»: Mt 10, 8; Lc 14, 12-14), ya que la «gran recompensa» del cielo (Lc 6, 23) no puede ser otra cosa que el mismo Amor. En el eterno designio de Dios (Ef 1, 10), el objetivo final coincide con la moción primera de nuestra libertad (intimior intimo meo; cf. Rom 8, 15-16. 26-27).

3. En virtud de la realidad de nuestra filiación divina, toda actividad cristiana es el ejercicio de una libertad y no de una opresión. Para Cristo, todo el peso del deber (dei) que le incumbe en la historia de la salvación y que lo conduce hasta la Cruz, está suspendido del poder, del cual usa con toda libertad, de revelar la voluntad salvífica del Padre. Para nosotros, pecadores, la libertad de los hijos de Dios toma, bastante a menudo, una forma crucificante, tanto en las decisiones personales como en el marco de la comunidad eclesial. Si bien las directivas de ésta tienen, como sentido intrínseco, el de sacar al creyente de la alienación del pecado para conducirlo a su identidad y a su libertad verdaderas, es sin embargo posible y frecuentemente necesario que presenten al hombre imperfecto una apariencia de dureza y de obligación legal, tal como sucedió a Cristo en la Cruz con respecto a la voluntad del Padre.

Explicación:

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