3. En el siguiente texto coloca los signos de puntuación según corresponda:
EL SUSTO DEL OTRO IDIOMA.
Desde muy joven casi desde niño comencé a luchar con los idiomas incluido el español pero ahora quiero recordar
mis problemas con los otros
Cuando empecé a tratar de escribir en Guatemala sin maestros sin escuela sin universidad tanteando aquí y allá y
en medio de la mayor inseguridad suponía tal vez no sin razón pero en todo caso en forma exagerada que antes
de escribir cualquier cosa debía saberlo todo sobre el tema escogido Como es natural, eso me llevaba a no
terminar nunca nada que emprendiera con lo que fui acercándome peligrosamente al antiguo arquetipo del
escritor que no escribe Sin embargo, pronto principió a acecharme un peligro todavía peor el de convertirme en el
lector que no lee debido a una nueva extravagancia o exigencia absurda que di en imponerme La de leer al autor
que fuera de ser posible en su idioma original gracias a lo cual bendito sea Dios leí durante la mayoría de mis años
formativos a cuanto clásico español se me pusiera enfrente en mi casa y en las bibliotecas públicas
¿Cómo –pensaba en mi delirio- voy a leer a Horacio a Dante a Molière o a Shakespeare en traducciones las más de
las veces –por lo que oía- malas por descuido o deliberadamente amañadas? Acuciado por esta preocupación me
entregué al estudio del latín del italiano del francés y del inglés ya fuera a solas en mi casa con profesores ad hoc
o asistiendo fugazmente a academias de idiomas por lo general más bien comerciales
Ayudaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Desde muy joven, casi desde niño comencé a luchar con los idiomas incluido el español, pero ahora quiero recordar
mis problemas con los otros.
Cuando empecé a tratar de escribir en Guatemala, sin maestros, sin escuela, sin universidad tanteando aquí y allá y
en medio de la mayor inseguridad, suponía, tal vez no sin razón pero en todo caso en forma exagerada, que antes
de escribir cualquier cosa debía saberlo todo sobre el tema escogido. Como es natural, eso me llevaba a no
terminar nunca nada que emprendiera con lo que fui acercándome peligrosamente al antiguo arquetipo del
escritor que no escribe. Sin embargo, pronto principió a acecharme un peligro todavía peor, el de convertirme en el
lector que no lee debido a una nueva extravagancia o exigencia absurda que di en imponerme. La de leer al autor
que fuera de ser posible en su idioma original, gracias a lo cual bendito sea Dios, leí durante la mayoría de mis años
formativos a cuanto clásico español se me pusiera enfrente en mi casa y en las bibliotecas públicas
¿Cómo –pensaba en mi delirio- voy a leer a Horacio a Dante a Molière o a Shakespeare en traducciones las más de
las veces –por lo que oía- malas por descuido o deliberadamente amañadas? Acuciado por esta preocupación me
entregué al estudio del latín, del italiano, del francés y del inglés, ya fuera a solas en mi casa, con profesores ad hoc
o asistiendo fugazmente a academias de idiomas, por lo general más bien comerciales.