Visión cristiana como trata la iglesia al tema de la cultura y educación
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Por estos días nos encontramos en medio de un gran debate como sociedad chilena en torno a la educación. Ello está motivado por los anuncios que la Presidenta de la República, Sra. Michelle Bachelet, hizo al respecto durante su campaña electoral, como por afirmaciones y planteamientos surgidos desde el interior de la coalición gobernante. Para la Iglesia, que desde antes que el Estado naciera y hubiese escuelas públicas, ya educaba a los hijos de esta tierra a lo largo de Chile, no es un tema menor. No solo por el vasto servicio que sus instituciones educativas prestan en el sistema escolar y superior, sino porque esta actividad forma parte esencial de su labor evangelizadora y de la civilización que anhela contribuir a formar.
Para poder comprender mejor la posición de la Iglesia ante los temas en debate, y su manera de abordarlos, se requiere conocer lo que ella, en su Magisterio Universal, entiende por educación, el rol que dentro de esta la Iglesia se siente llamada a aportar desde su identidad, como desde la catolicidad de sus obras educativas. Conscientes de lo extenso y riqueza del tema, a continuación nos limitamos solo a destacar algunas convicciones fruto de una secular y universal experiencia.
La Iglesia concibe la educación fundamentalmente como un proceso de formación integral, mediante la asimilación sistemática y crítica de la cultura. Y esta, entendida como rico patrimonio a asimilar, pero también como un elemento vital y dinámico del cual forma parte. Ello exige confrontar e insertar valores perennes en el contexto actual. De este modo, la cultura se hace educativa. Una educación que no cumpla esta función, limitándose a elaboraciones prefabricadas, se convertirá en un obstáculo para el desarrollo de la personalidad de los alumnos. De lo dicho se desprende la necesidad que todo centro de formación confronte su propio programa formativo, sus contenidos, sus métodos, con la visión de la realidad en la que se inspira y de la que depende su ejercicio.
Es decisivo que todo miembro de la comunidad educativa tenga presente tal visión de la realidad, visión que se funda, de hecho, en una escala de valores en la que se cree y que confiere a maestros y adultos autoridad para educar. No se puede olvidar que se enseña para educar, o sea, para formar al ser humano desde dentro, para liberarlo de los condicionamientos que pudieran impedirle vivir plenamente como hombre y mujer. Los obispos de América Latina reunidos en Santo Domingo (1992) afirmaban, en efecto, que ningún maestro educa sin saber para qué educa, y que a su vez, siempre existe un proyecto de hombre encerrado en todo proyecto educativo, y que ese proyecto vale o no, según construya o destruya al educando. Ese es el valor educativo (Documento de Santo Domingo, 265).
Así configurada, la educación supone no solamente una elección de valores culturales, sino también una elección de valores de vida que deben estar presentes de manera operante. La educación, entonces, se transforma en una actividad humana del orden de la cultura, la cual tiene una finalidad esencialmente humanizadora. Se comprende, por lo tanto, que el objetivo de toda educación genuina es la de humanizar y personalizar al ser humano, sin desviarlo; antes bien, orientándolo siempre hacia su fin último que trasciende su finitud esencial. La educación, en consecuencia, resultará más humanizadora en la medida en que más se abra a la trascendencia, es decir, a la Verdad y al sumo Bien (Documento de Puebla, 1024).
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