vida cotidiana en México, es decir, como se desarrollaba la vida en las ciudades y en la vida rural o campirana durante el siglo XIX
Respuestas a la pregunta
Respuesta: Se analiza lo que implica ser pueblo en una urbe como la Ciudad de México, revisando y problematizando algunos aspectos centrales de su definición, transformaciones y dinámicas sociopolíticas entre ambos. El estudio de los pueblos originarios frente a la ciudad es vital, ya que en este momento está en juego no sólo su reconocimiento y visibilidad social, sino también el diseño de una legislación que busca incorporarlos política y jurídicamente a la ciudad.
Explicación: La historia de los pueblos de la cuenca se entreteje inexorablemente con la historia de la Ciudad de México. De origen prehispánico, pero reconstituidos y refundados durante el periodo colonial, a lo largo del tiempo han tenido una gran presencia en la configuración socioterritorial de la urbe.
El interés de este trabajo es reflexionar sobre lo que implica ser pueblo en una ciudad como la Ciudad de México, sobre todo porque en este momento están en juego su reconocimiento, visibilidad social y el diseño de una legislación que busca su incorporación política y jurídica a la ciudad.
Cabe recordar que cuando los españoles llegaron a la cuenca de México había más de 200 pueblos establecidos en distintos puntos del lago y tierra adentro. Las congregaciones de indios fundadas por los conquistadores modificaron ese mapa inicial: algunos pueblos desaparecieron, se crearon nuevos y otros fueron reagrupados en sus antiguos territorios, de tal suerte que la mayoría de los pueblos que hoy conocemos tienen una fundación colonial y conservan la toponimia en sus nombres. A partir de esta refundación, concentración y reacomodo de la población en lugares determinados por la Corona española y la Iglesia católica, muy tempranamente los pueblos fueron dotados de o les fueron restituidas porciones de tierra, en un proceso de reorganización territorial con miras a un mejor control social, tributario y evangelizador (Portal, 1997). Con ello se les reconoció legalmente un lugar dentro de la cuenca de México.
Dentro de la multiplicidad de formas de habitar la ciudad contemporánea, los pueblos "representan hoy una de las caras más emblemáticas y complejas de la diversidad cultural en la metrópoli, por su carácter profundamente otro con respecto al orden moderno y al mismo tiempo por representar un pedazo de la cultura mexicana más arraigada" (Duhau y Giglia, 2008: 361). Esta cuestión resulta relevante pues, como veremos en las siguientes páginas, el plano de lo cultural y lo étnico determina en muchos sentidos las lógicas económicas y políticas de dichos pueblos y sus formas de construir pertenencia en la urbe.
Ubicados en múltiples ocasiones en las periferias de la ciudad, han sido incorporados a ella de varias maneras, no exentas de conflictos y tensiones. Esta relación -que ha cambiado con el tiempo- ha estructurado las identidades de unos y otros.
La distancia física y cultural se ha ido reduciendo en la medida en que -en particular a mediados del siglo XX- la ciudad experimentó un crecimiento muy acelerado, expandiéndose sin control hacia los territorios de los pueblos originarios en los cuatro puntos cardinales, afectando más a los pueblos -de vocación agrícola- del sur, suroriente y poniente. Lo anterior modificó la morfología física y social de estos lugares, en especial en la relación con la tierra y la transformación laboral de sus habitantes.
La entrada de los pueblos a la dinámica metropolitana, o, lo que es lo mismo, la llegada de la metrópoli a los pueblos, da origen a un tipo de espacio sumamente complejo por su diversidad cultural y urbanística, un espacio donde conviven a poca distancia sectores sociales de procedencia social y cultural muy diversa, que pueden llegar a rozarse cotidianamente sin verdaderamente entrar en contacto y conocerse [Duhau y Giglia, 2008: 371].
Es necesario destacar que pese a que este contacto se ha intensificado en las últimas décadas por el acortamiento de las distancias físicas, los pueblos nunca estuvieron aislados de la ciudad. Desde la época colonial el vínculo principal fue el comercial.1 Los pueblos producían alimentos y materias primas que satisfacían algunas necesidades de la urbe, al tiempo que obtenían de ella productos y servicios de los cuales carecían. A partir de sus cualidades y su historia particular, los pueblos han desarrollado distintas maneras de relacionarse con la ciudad.
Había trueque de los productos que cosechaban los pueblos, como Chimalpa, de aquí llevaban carbón para traer alimentos o llevaban maíz y traían alimentos, o llevaban pulque y traían alimentos, o sea, ése era el famoso trueque. Lo hacíamos con pueblos vecinos y con los del Distrito Federal, con Tacubaya, porque allí llegaba el tren.2