una reflexión sobre el mal una constante de la historia humana
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La posibilidad de establecer una conciliación entre Dios como principio absoluto de bondad, y el mal presente en la realidad en sus más diversas manifestaciones (miseria, guerras, enfermedad, ignorancia, etc.), ha sido una preocupación constante en la historia del pensamiento occidental. Pero el tema adquiere aún mayor notoriedad a la vista de sucesos aciagos en que a primera vista el absurdo del mal parece ser total. Los horrores de Auschwitz pueden ser un caso paradigmático en este sentido, pues se trata de un ejemplo en el que la razón humana se enfrenta de un modo decidido ante la pregunta por el sentido último del mal en el universo.
Si Dios existe, ¿cómo puede suceder que exista mal en el mundo? Para dar una respuesta hasta cierto punto racional se han planteado diversas "teodiceas", es decir, soluciones que metodológicamente se dirigen a un doble objetivo: 1° o bien tienden a demostrar en un plano lógico, que la afirmación de la existencia del mal no es por sí misma contradictoria con la existencia de Dios; 2° o bien se basan en un análisis de las razones que Dios tiene para permitir el mal aunque Dios no sea causa efectiva de él.
A cumplir este doble objetivo se ordenan planteamientos tradicionalmente conocidos como el de Tomás de Aquino en filosofía medieval, Leibniz en filosofía moderna, o Alvin Plantinga desde la perspectiva analítica. También Agustín de Hipona se inscribe en este doble objetivo anteriormente enunciado, al punto que ciertos autores sostienen que el africano representa la primera teodicea dominante de la historia occidental (Hick, 1977; Griffin, 1976).
Paralelamente a una teodicea, existe en el corpus agustinianum una respuesta de tipo estético al problema del mal en la que poco se ha reparado, y si bien su postura puede ofrecer dificultades que van desde resultar poco convincente, desconcertante e incluso moralmente ofensiva en su interpretación más radical, sigue ejerciendo una enorme fascinación por la gama de recursos retóricos, poéticos y literarios de los que se sirve Agustín para explicar el fenómeno del mal, no sólo desde el punto de vista moral o físico, sino ontológico.
Conviene aclarar que de los distintos tipos de mal presentes en Agustín no es mi propósito tratar aquí acerca del mal moral, de culpa o iniquidad, que se da en el desorden de la acción cuando falta a las exigencias esenciales del orden natural o sobrenatural, ni al mal de pena o sufrimiento, que se da ante la falta de integridad corporal (la gacela devorada por el león, una gripe) o ante la desproporción entre lo que el alma desea y lo que sucede (andar en silla de ruedas). Estas reflexiones se dirigen más bien al mal en su dimensión ontoteológica, es decir, por una parte, se sitúan en el marco de un análisis de la naturaleza entitativa del mal en general como privación de un orden natural (en el orden de la categoría aristotélica de relación), y por otra, se estudia el mal en su relación con Dios. Ambos aspectos constituyen en Agustín la base del análisis que enseguida se realizará acerca de la solución estética al tema del mal en el mundo.1
Por tanto, el triple objetivo de estas líneas es: I) establecer en qué consiste dicha solución estética, II) señalar cuáles son las críticas más conocidas que ha recibido, y III) afirmar que la solución agustiniana puede seguir siendo base de una teodicea capaz de hacer compatible la existencia de Dios y el mal en el mundo, tras la valoración de las distintas posturas