una línea del tiempo de la que le sucedió a Juan Guillermo el día que no hubo clase Durante los días viernes sábado domingo y lunes
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TD 7 EL DÍA QUE NO HUBO CLASE
EL DÍA QUE HO HUBO CLASE
(Número de palabras: 757)
Era domingo a la peor hora, las seis en punto de la tarde. Al día siguiente, colegio. A Juan Guillermo se le empezó a formar un nudo en el estómago. Ahí estaba su mochila intacta, con todos los libros guardados y los deberes sin hacer.
Había pensado hacerlos el viernes, para olvidarse, pero se fue con Pablo a montar en bicicleta. Entonces decidió que los haría el sábado por la mañana, pero el sábado se fue de compras con la abuela. Después se celebraba el cumpleaños de Silvia y, al volver, estaba tan cansado que pensó: “Mejor el domingo por la mañana”. Pero el domingo se levantó tardísimo y encima había muy buenos programas en la tele y, además, le tocó ordenar su cuarto y salir a comer fuera, y así sucesivamente. Al final no tuvo tiempo para hacer los deberes.
Era domingo a la peor hora y el nudo en el estómago crecía cada vez más. Para disimular los nervios puso la televisión. En la pantalla apareció un mago famoso, con acento extranjero. Con las cejas fruncidas intentaba doblar una cuchara y la cuchara se dobló. Juan Guillermo, como tantos millones de telespectadores, obedeció sus órdenes: fue a la cocina y trajo un tenedor. Hizo todo al pie de la letra para sacar la energía magnética del cerebro y doblar las moléculas del tenedor. Nada. El tenedor no se inmutó. Juan Guillermo no pudo seguir, porque en ese momento lo llamaron para cenar.
Después de la cena vio una película hasta que se fue a acostar. “Mañana en la parada le pido a Andrés que me explique los ejercicios de matemáticas, por si me sacan a la pizarra”, pensó. Y con esa idea se le quitó un poco el nudo en el estómago y se durmió profundamente. Aquella noche, Juan Guillermo soñó con el mago y con sus ejercicios de control mental.
El lunes sonó puntual el despertador ¡a las seis en punto de la mañana! Juan Guillermo se acurrucó entre las sábanas para despedirse del sueño y se despertó una hora más tarde con los gritos de mamá:
-¡Vas a perder el autobús! Como me toque llevarte....
Y así fue. Por mucha prisa que se dio, no llegó a tiempo: el autobús había pasado su parada y no pudo alcanzarlo. Volvió a casa con cara de niño regañado y mamá, furibunda, tuvo que salir rumbo al colegio. “Que pase algo y no pueda llegar”, pensó Juan Guillermo. Al momento, por pura casualidad, el coche dio tres estornudos y se paró en medio de la calle, en plena hora punta. “¡Pobre mamá”!, pensó. Entonces Juan Guillermo se acordó del mago y le ordenó a las moléculas del coche que se arreglaran. Por pura casualidad, mamá le dio tres zapatazos a la batería y el coche empezó a funcionar. Pero ya era tardísimo y el tráfico estaba imposible. Por fin, ¡a las nueve y diez minutos! llegaron a la entrada del colegio. Juan Guillermo se bajó sin un beso, porque mamá estaba iracunda.
“¡Qué lunes tan lunes”!, pensó. Y deseó con todas sus fuerzas que ese día no hubiera clase. De ahora en adelante haría todos los deberes puntualmente:
-Esto no me volverá a pasar, lo prometo, pero, por favor, que no haya clase hoy –dijo en voz baja.
Dentro del colegio todo estaba en silencio. El pasillo, vacío de niños, las puertas de las clases, cerradas. Juan Guillermo avanzó, con el terrible nudo en el estómago, pensando una buena disculpa que decirle al profesor. Por fin llegó a su clase. Tenía matemáticas y no había hecho los deberes. Pegó la oreja a la puerta. El corazón le latía rapidísimo. Por lo demás, no se oía nada. Silencio absoluto.
Con toda la valentía que pudo reunir, Juan Guillermo Mantilla cerró los ojos, cruzó los dedos y...abrió la puerta. Fue como si hubiera dado un salto al vacío. Dentro no había clase. No había profesor ni alumnos. Ni pizarra, ni mesas, ni armario, ni techo, ni suelo, ni paredes. Así como suena: NO HABÍA CLASE. Detrás de la puerta, nada de nada. Cero absoluto, conjunto vacío. Todo un lunes por delante. Todo un lunes entero y nuevecito....
Recobró la alegría y las ganas de vivir: “Y pensar que hace un momento, estaba yo pidiendo perdón por respirar. ¡Y todo por no hacer los deberes! Esto se acabó", pensó.
Llegó a casa con determinación, en menos de una hora tenía los deberes hechos y pudo dedicarse a saborear el lunes como si fuera el mejor día de su vida.