una historia de discriminación o maltrato
doy coronas
Respuestas a la pregunta
El caso de Elena
38 años, maestra en Marketing y publicidad.
Elena recuerda que desde temprana edad batallaba por haber nacido mujer: “Lo primero que dijo mi padre cuando se enteró de que había nacido fue ‘uy, una vieja’”. Y aunque no duda del amor de su padre, reconoce que todo el tiempo trataba de demostrarle que podía ser igual o más capaz que su hermano.
Elena reconoce que su padre era un macho y que siempre la estaba haciendo menos cuando ella trataba de dar sus opiniones en asuntos familiares: “Mi padre siempre me aplicaba la de ‘cállate, tú no sabes’, lo cual me hacía ponerme como demonio. Ahora ya tengo superada esa parte de mi padre, pero la padecí bastante; por otro lado, me obligó a superarme día a día para demostrarle que yo también podía. Al final lo entendió, pero si fue un poco tormentoso”.
Elena desearía haber tenido otro tipo de relación con su padre, ahora fallecido. Sin embargo, no le guarda rencor y mucho menos se percibe como víctima: “Ha cambiado mi percepción de los hombres. Me costó trabajo. O sea, sí existe el machismo, pero por mucho tiempo pensé que todos los hombres eran así y hasta tenía cierto resentimiento, pero aunque a todos nos educaron en esa cultura, he conocido a muchos otros dispuestos a generar un cambio, y buscan relacionarse diferente con las mujeres. Así que también me he reconciliado con ellos”
Respuesta:
Esmeralda, una niña de trece años, de carácter irascible, que a veces va al colegio, pero que mayormente pasa su tiempo en la calle. Vive en un block de departamentos de la marginalidad santiaguina con su madre, alcohólica y drogadicta, y su hermano. Sin ella pretenderlo se ha convertido en la principal proveedora de su hogar recibiendo mercadería a cambio de tener sexo con un hombre adulto quien la “visita” al menos una vez por semana facilitada por su madre. Esmeralda acepta esta realidad como inevitable desarrollando mecanismos internos para evadir el asco y el miedo, para poder sobrevivir a los momentos más brutales mientras la vida sigue y su familia es capaz de vivir una cotidianeidad relativamente normal a costa de ignorar su dolor; se siente sola, sin opciones, sin libertad de elegir. Esta realidad es soportable solo hasta que conoce otras sensaciones plenas, agradables y tintineantes que iluminan, con una luz honesta y deslumbrante, el escenario de la vulneración diaria. Cuando Esmeralda siente la emoción de un enamoramiento incipiente, se le hace insoportable su vida diaria, y decide acoger el ofrecimiento de una vecina, denunciar.