Una cuartilla con el propósito del plan de Ayutla
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Propósitos
ste mes de marzo de 1954 nos convoca a celebrar con
júbilo el primer cumplesiglos del Plan de Ayutla. Pero,
¿qué es, en efecto, lo que así queremos honrar? De buenas a
primeras, no parece justificado el tributo: un oscuro militar,
el coronel Florencio Villarreal, enriquece con un pronunciamiento más el largo inventario de asonadas: la triste estela de la
marcha del país desde que su nave rompió amarras con España.
De Dolores se llega peligrosamente a Ayutla por los desfiladeros turbulentos del hábito de la rebelión; y la circunstancia de
merecer Ayutla el número veintitantos de las convulsiones políticas acaecidas en sólo medio siglo de vida independiente, más
bien parece recomendar el pudor de un olvido discreto que no
la algarabía del aplauso. Es evidente, sin embargo, que la decantación del juicio histórico ha destacado a Ayutla como luminosa señal en el panorama de nuestro pasado. Es una rebelión,
sí; pero es la rebelión epónima, se dice, que marca la frontera
entre las sombras y el día históricos de México. Se afirma, en
efecto, que en Ayutla se sembró la semilla de la Reforma fecunda y
que, pues el vástago es tan ilustre, justo es que nuestra gratitud rememore los orígenes. Mas he ahí, precisamente, la cuestión
que inquieta y que nos mueve a escribir estas páginas, porque
¿podemos en conciencia adherirnos incondicionalmente a esa
interpretación? ¿No, acaso, el reformismo liberal hunde sus raíces
más allá de Ayutla? ¿No acaso, también, después de esa revolución
pudo coronar la bandera conservadora a un emperador en México?
¿No acaso, por último, la Reforma triunfante acabó en unos
poquitos años por convertirse en científica reacción conservadora y terrateniente? Bien se columbra: mientras más nos
alejamos de la rutina aprendida en las escuelas oficiales, Ayutla parece perder su lugar en la perspectiva canonizada, para
presentarse como un nudo más en la complicada trama de un
proceso que, antes y después, es mezcla de sombra y de luz,
de buenas intenciones y de demagogia. Quizá sí; quizá Ayutla
sea una encrucijada significativa que le muda el signo al toma y
daca del poder en el juego de los partidos y de las ambiciones.
Pero si así es, hagamos el descubrimiento por nuestra parte, en
lugar de aceptar sin discrimen la santificación oficial. Es muy
cómodo hacerse dueño del nombre de liberal subiéndose al
carro de las interpretaciones hechas; pero quien de veras aspire
aún hoy en día a tan alto honor debe tratar de merecerlo de
algún modo: con sus actos y con su inteligencia; y si alguna es
tarea liberal, es la del historiador que se rehúsa a convertir en
dogma la sentencia de sus predecesores, por más que le inclinen
el corazón. El centenario que ahora se cumple y nos convoca,
brinda esa oportunidad; nos invita, en efecto a reflexionar, con
motivo de aquel plan de rebeldía que hace un siglo se proclamó
en Ayutla, sobre la confusa marcha del liberalismo mexicano
y sobre sus progresos y sus caídas: especie de examen de conciencia histórico, siempre la mejor celebración posible. Porque
la historia, como el catecismo, nos conmina a confesarnos por
lo menos una vez en cada siglo. Pongamos, pues, en saludable
entredicho provisional nuestro entusiasmo conmemorativo, y
volviendo la mirada con una cierta ingenuidad hacia los acontecimientos mexicanos de hace cien años; preguntemos por la intimidad de su razón de ser, la intimidad, en última instancia,
de nuestro ser nacional. Situados así, en un terreno más profundo que aquel en que se finca la pura fama de la hermenéutica oficial, intentaremos mostrar que nuestra historia, por lo
menos desde la Insurgencia, es la de un pueblo atenazado por
dos utopismos contrarios, por dos sueños en pugna, y que en
la dialéctica de esa oposición encuentra el Plan de Ayutla su
perspectiva adecuada. Tratemos, entonces, de averiguar, primero, qué tiene de peculiar ese documento tan históricamente
responsabilizado y que tanto quiere recomendarse al aplauso;
averigüemos, enseguida, cuál es, para nosotros, el sentido de
la revolución cuya memoria nos congrega.
Explicación: