un texto narrativo UNA ESTRELLA QUE HABLA
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Pensaba que nunca sería conocida, que nadie sabría cómo había nacido ni cómo había vivido. Aun así, seguía viviendo su vida de la única manera que sabía hacerlo: liberándose de la energía que se producía en su interior.
Se liberaba de la energía de varias maneras. Por un lado emitía luz. Tenía muchas esperanzas puestas en la luz que emitía y en que —con un poco de suerte— alguien la viera y la descubriese.
Pero nadie la veía.
Notaba que cada vez estaba más sola. Hasta el polvo y el gas que había a su alrededor, los restos de la nube que la habían visto nacer, se alejaban de ella. Un día supo por qué era así. No lo veía pero también estaba emitiendo una luz invisible. Se llamaba luz ultravioleta. Era una luz con tanta energía que no se podía percibir. Esto la entristeció porque pensó que quizás fuese culpa suya que nadie quisiera estar cerca de ella por emitir esa luz ultravioleta. Pero no podía hablar con otras estrellas y preguntarles si no querían estar con ella porque las asustaba.
Un día, se puso a mirar en su interior y vio que, además de luz, había unas pequeñas partículas que salían disparadas hacia el exterior. Atravesaban todo su cuerpo, casi sin chocarse con nada y a una velocidad endiablada. Quería hablar con esas partículas llamadas neutrinos, pero parecía que estos solo querían marcharse y abandonarla. Se puso más triste todavía. Nadie quería estar con ella.
«¿Qué es lo que hago mal? ¿Por qué nadie quiere estar conmigo?, se preguntó».
Observó que otras estrellas vivían en pareja. Muchas se reunían en grupos muy grandes y viajaban juntas por la galaxia. Otras habían cogido parte del polvo de la nube en la que habían nacido y habían formado rocas que giraban a su alrededor que las acompañaban durante toda su vida. Las rocas se llamaban planetas. Tenía envidia de las estrellas con planetas.
En uno de esos planetas, muy muy lejos de ella, había ocurrido una cosa muy curiosa. Parte del gas que había en la nube en la que nació la estrella a la que envidiaba se había unido. Átomos de carbono, oxígeno, hierro, fósforo y muchos más se habían juntado para crear algo que se llamaba vida. Pasó el tiempo y la vida evolucionó en ese planeta hasta que se formaron unos seres que se llamaron humanos.
Mucho tiempo después, nació un ser humano nuevo y muy especial. Era una niña. Se llamó Paula. La niña creció y una noche sus padres la llevaron de acampada. Paula había pasado el día corriendo y riendo. Cuando llegó la noche sus padres intentaron acostarla pero ella no quería. Prefería seguir corriendo y riendo. Salió de la tienda de campaña y como no había luz no vio por donde iba, tropezó y se cayó. Se hizo daño pero cuando iba a empezar a llorar miró hacia arriba y las lágrimas se secaron inmediatamente. Se quedó maravillada con lo que vio. Muchísimos puntos de luz brillaban sobre su cabeza. Nunca los había visto. En la ciudad, sus padres no le permitían salir a la calle por la noche y desde su ventana las luces no le dejaban ver esos puntos de luz tan asombrosos. Sus padres se acercaron y vieron que estaba embobada mirando al cielo.
—¿Qué son esos puntitos? —le preguntó a sus padres.
—Son estrellas.
—¿Y cuantas hay?
—¡Muchas! Incluso hay estrellas que no se pueden ver.
Desde ese momento, Paula decidió que se iba a dedicar a saber cuántas estrellas había en el cielo. Quería saber más sobre las estrellas: las que se ven y las que no.
Paula creció y estudió mucho. Tuvo que hacer un gran esfuerzo pero finalmente lo consiguió: se convirtió en astrofísica para poder estudiar las estrellas.
Una noche, mientras trabajaba observando el firmamento, apuntó su telescopio hacia el lugar donde estaba la estrella solitaria con la que nadie quería estar. A través del telescopio no vio nada pero ella intuía que allí tenía que haber estrellas.
—A lo mejor es que hay algo entre las estrellas y yo que no deja que la luz llegue hasta el telescopio.
Habló con su jefe y le dijo que quería observar ese recóndito lugar en busca de algún tipo de luz invisible.