un texto argumentativo sobre cómo erradicar la discriminación lingüística
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Debido a la pandemia del COVID-19, las clases en muchos centros educativos tuvieron que ser llevadas a cabo a distancia. En esta línea, el Estado peruano lanzó el programa de TV denominado “Aprendo en casa”, en el que se abordan materias como matemática, ciencia, comunicación, entre otras.
El 05 de mayo, en el marco de este programa, se presentó el documental “Los castellanos del Perú” dirigido a estudiantes de quinto de secundaria, cuyo objetivo era visibilizar la diversidad de las formas de hablar el castellano en el país y la discriminación lingüística que esto conlleva. A raíz de lo anterior, un conocido comentarista tildó de comunistas a los y las lingüistas, señalando que estas personas incitaban a la lucha de clases y afirmó que solo existe una manera correcta de hablar y pronunciar el castellano. Tales comentarios generaron el rechazo de una gran parte de la población, pues pone de manifiesto -una vez más- la discriminación lingüística que todavía está profundamente arraigada en nuestra sociedad. Dada la importancia de abordar de manera crítica esta problemática, el presente editorial se enfocará en las lenguas como parte del derecho a la identidad de toda persona y se desarrollará cómo el desconocimiento de su naturaleza dinámica constituye, a fin de cuentas, una práctica discriminatoria.
En primer lugar, es necesario aclarar que las lenguas se encuentran en un constante cambio y que, por lo tanto, son heterogéneas. Dicha variación, por ejemplo, puede deberse al eje espacial o regional: las formas de hablar pueden tener ciertas particularidades lingüísticas en cada lugar o región, lo cual da origen a los denominados “dialectos”. De lo anterior, se colige que las lenguas y sus variaciones formarían parte del derecho a la identidad, por el rol fundamental que cumplen estas en las relaciones interpersonales de todo ser humano en sociedad. Al respecto, Roberto Brañez, magíster en Lingüística por la PUCP y profesor de la UARM, conversó con Enfoque Derecho sobre el tema y sostuvo que el lenguaje tiene un rol agentivo, es decir, construye representaciones de la realidad, de manera que involucra un proceso de configuración del mundo que, a su vez, involucra identidades construidas a través de un sistema de creencias. Así, por ejemplo, cuando uno entra a un espacio, se vale del lenguaje para configurar un sentido de pertenencia, que va desde el aprendizaje del citado académico hasta el aprendizaje de formas de hablar de una barra brava, añadió Brañez. Asimismo, cabe precisar que esta construcción de la identidad a través del lenguaje determina la pertenencia o desvinculación de una persona de un determinado grupo social, académico, cultural, etc, según la lengua que habla, la forma de hablarla, el uso que hace de esta, la apropiación de ciertas jergas, entre otros aspectos.
Con respecto a esto, Enfoque Derecho conversó con Virginia Zavala, PhD en Sociolingüística por la Universidad de Georgetown y profesora principal de la PUCP, quien sostuvo que “los recursos del lenguaje se asocian a significados sociales que posicionan a los grupos en la sociedad de diferentes maneras en cuanto a la identidad que se les adscribe”. Por lo tanto, tomando en cuenta lo desarrollado hasta este punto, es posible afirmar que el uso particular de las lenguas se encuentra inmerso dentro de la vertiente dinámica del derecho a la identidad de las personas, definida como aquella que depende de la “construcción que cada persona haga de sí misma, así como de la percepción social que se tenga respecto de estas” (STC 0604-2015-PA/TC), a pesar de las críticas al binomio de los aspectos dinámicos-estáticos de la personalidad
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