UN MONTÓN DE CLAVOS
Jaime era un niño bueno y cariñoso, pero muy impulsivo. Cuando se enojaba rompía lo que estaba a su alcance, gritaba y hasta daba patadas contra la pared. Quienes vivían en aquella bonita casa del campo lo sabían e incluso las gallinas salían corriendo cuando lo veían de malas. Sus padres, Martín y Julia, ya no sabían qué hacer.
En una ocasión su amigo de rancho cercano fue a buscarlo para que salieran a jugar. Era enero y caía una fina nevisca en el campo. Cuando le pidió permiso a doña Julia ella se lo negó.
—No quiero que salgas porque puedes enfermarte.
—Ándale mamá, déjame.
—Mejor dile a tu amigo que jueguen aquí dentro, así él y tú pueden ponerse a…
Doña Julia no acababa de hablar cuando Jaime ya estaba furioso. Correteó a dos becerrillos que saltaron las trancas del corral y rompió tres brillantes jarros aventándolos contra el piso de la cocina. Se encerró en su cuarto y no salió siquiera a comer su rico pan dulce de todas las meriendas, ni su atole de arroz.
Esa noche, doña Julia le contó a su esposo. Don Martín se quedó pensando. Ya habían probado todo: no dejarlo montar su caballo favorito ni llevarlo a la feria del pueblo. Pero nada de lo que hacían o decían daba resultado.
Al día siguiente informó a su esposa:
—No dormí, pero ya se me ocurrió algo.
Jaime apareció en la cocina y se sentó como si nada. Al terminar su desayuno Don Martín le dijo:
—Vamos, ponte tu chaqueta y acompáñeme.
El pequeño asintió y fueron al patio trasero, donde había muchos pedazos de madera.
Don Martín le dio un martillo y un puño de clavos.
—Mire mijo, usted es muy bravo y muy valiente, pero le voy a enseñar algo para que se le quite lo enojón. Traiga ese pedazo de madera. Jaime obedeció y su padre le explicó:
—Cada que le entren los corajes venga aquí y clave un clavo en esta tarima.
El primer día hizo un coraje tremendo porque una mula lo salpicó de lodo. Fue al patio y clavó veinte clavos. En los días que siguieron, el número fue disminuyendo pues le parecía una tontería tener que estar clave y clave por cosas sin importancia. Jaime estaba aprendiendo a dominarse.
Dos semanas después hubo un día en que ya no tuvo nada que clavar y lo dijo a su padre. Éste respondió:
—No va usted nada mal. Ahora, cada que se aguante los corajes, va a ir sacando un clavo de la tarima— le pidió.
Y así lo hizo por casi un mes hasta que el madero quedó limpio. Orgulloso, se lo mostró a sus padres. Don Martín lo felicitó y le dijo que se sentara.
—Mire mijo, todos los agujeritos que quedaron en la tarima.
—Son rete hartos, papá.
— ¿Y puede quitarlos?
—Pues no… —respondió el pequeño.
—Para que vea: cuando se enoje quédese quieto y espere a que se le pase.
Al comprender que el enojo pasa, pero las acciones no se borran, Jaime aprendió a aguantar los corajes. Se convirtió en un muchacho simpático, contento y calmado que siempre andaba de buenas.
(Adaptación de un relato francés anónimo)
ACTIVIDAD
Reflexiona y responde
¿Por qué piensas que fue buena la táctica que utilizó Don Martin para intentar que se le quitara lo enojón a Jaime?
¿Cuál crees que haya sido la lección que Jaime aprendió?
Trata de recordar alguna situación que haya despertado en ti emociones tales como miedo, tristeza o enojo. ¿Cómo actuaste ante tal situación?
¿Por qué crees que es importante cobrar control sobre tus emociones y pensar antes de actuar?
Respuestas a la pregunta
Contestado por
21
1.-su leccion fue que aunque quitara los clavos la madera seguiria marcada
2.-cuando se me perdio mi cartuchera, me enoje luego me calme y comense a buscar asta encontrarla
3.- porque las eridas marcan de por vida
marcame como la mejor si te ayudo
Explicación:
Otras preguntas
Matemáticas,
hace 7 meses
Biología,
hace 7 meses
Latín / Griego,
hace 1 año
Tecnología y Electrónica,
hace 1 año
Religión,
hace 1 año
Ciencias Sociales,
hace 1 año