un mini cuenta del cuadro del GRITO
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
LA HISTORIA :Hay quien afirma que El grito de Edvard Munch es la segunda obra de arte pictórica más famosa de la historia. El ranking popular la situaría justo detrás del retrato de Lisa Gherardini que Leonardo da Vinci bautizó como La Gioconda, y sacando cierta ventaja a otras pinturas tan populares como La joven de la perla de Johannes Vermeer, El beso de Gustav Klimt, Las meninas de Diego Velázquez, La noche estrellada de Vincent van Gogh, e incluso a la majestuosa La creación de Adán de Miguel Ángel. Pero pese a la tremenda fama que arrastra el cuadro, y lo mucho que ha permeado en la cultura pop del entretenimiento, la mayoría de la gente parece desconocer que en realidad Munch no pintó solo un grito, sino varios. Y lo más curioso: que la figura que protagoniza la obra no está gritando.
La raíz de un grito Edvard Munch nació un 12 de diciembre de 1863 en una granja del pueblecillo Ådalsbruk en Løten , Noruega. Hijo del matrimonio formado por Laura Catherine Bjølstad y un médico militar sin muchos recursos llamado Christian Munch, aquel chico fue la segunda de las cinco criaturas que engendraría la parejita: Johanne Sophie, el propio Edvard, Peter Andreas, Laura Catherine, e Inger Marie. Su progenitor, hijo de un sacerdote, era una persona severa y religiosa en extremo, «Mi padre era temperamentalmente nervioso y obsesivamente religioso, hasta el punto de la psiconeurosis» escribiría el artista. La familia (formada por aquel entonces por Christian, Laura, Edvard y Sophie) acabó mudándose en 1864 a la ciudad de Cristianía, la actual urbe de Oslo que en aquella época había sido bautizada en honor a Cristián IV de Dinamarca. Allí el pequeño Edvard sufrió una infancia y una adolescencia bastante desgraciadas: su madre murió de tuberculosis cuando contaba tan solo cinco años, él se tiró largas temporadas encamado por culpa de la fiebre y una bronquitis aguda crónica, y a su hermana más afín (Johanne Sophie) también se la llevó al otro mundo la tuberculosis en 1877. Para hacerlo todo más alegre, su propio padre se esforzó bastante en animarle durante el día a día: en lugar de cuentos para niños le leía relatos de Edgar Allan Poe, también le metió en la cabeza que los fallecimientos de su madre y su hermana eran castigos divinos, y que la primera le juzgaba desde el cielo.
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