un final alternativo del cuento de Frida de la autora Yolanda Reyes
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En algunas ocasiones, ciertos lectores han tratado de equiparar la vida de los escritores y escritoras con las historias o personajes de sus obras. Aunque existen casos que corroboran lo anterior, hay otros que ponen de manifiesto un gran abismo entre los artistas y sus creaciones. Cuando esto ultimo se presenta, el papel del escritor adquiere mayor valía, en tanto se desprende de su subjetividad para asumir otra. En este sentido, es pertinente destacar el aporte de Yolanda Reyes a la narrativa infantil colombiana con el cuento “Fryda”, contenido en su libro El terror de sexto B y otras historias de colegio, puesto que en este se constituye en la portavoz de una sensibilidad poco explorada y casi anulada: la sensibilidad infantil.
Pese a que el tema al cual alude “Fryda” ha sido objeto de un sinnúmero de obras literarias, Yolanda Reyes valida su tratamiento por medio de la pertinencia que le otorga, sobre todo cuando lo recrea en una esfera infantil. Este manejo le permite a la escritora construir un mundo verosímil, ajustado a la realidad de un niño; formular una historia propia de una temprana edad en que la explosión de sentimientos incursiona en la vida, y tejer un imaginario acerca del primer amor.
Junto al tratamiento dado al tema, Yolanda Reyes enriquece su narración, asumiendo una mirada desde una perspectiva infantil. Para ello, estructura su relato a partir de la voz de un niño, quien cuenta, tomando como pretexto la monotonía del primer día de clase, una vivencia muy especial: conoció a una niña sueca con la que compartió momentos inolvidables, le enseñó a besar y a sentir el amor. De esta forma, la escritora se introduce –así sea por un momento– en los zapatos de cualquier infante para recrearlos a través de la voz de un personaje, sin llegar someterlos a las rígidas cavilaciones del pensamiento abstracto, es decir, mira el mundo desde los ojos de un niño para poder sentir la maravilla del primer beso, del primer amor.
Como consecuencia de la interiorización del mundo infantil, Yolanda Reyes legitima un personaje “autónomo”. De ahí que le confiera una cualidad inherente a esta condición: la capacidad de creer en la trascendencia del primer amor, de su eterna duración, de su inmutabilidad. Muestra de esto se expresa en el momento en que el personaje principal del relato y Fryda compran unos anillos de carey, con los cuales sellan un trato afirmando: “no quitarnos los anillos hasta el día que volvamos a encontrarnos”. Así la escritora configura un personaje basado en los pensamientos y expectativas de un chiquillo, en sus sentimientos y hasta pesares.
Los pocos elementos que hasta el momento han tejido la urdimbre de “Fryda”, permiten ubicar a Yolanda Reyes como una vocera del universo infantil; mas que de un grupo o clase social –como en alguna ocasión lo afirmó Lucien Goldmann– es la portavoz de las maravillas que se crean y recrean en las tempranas edades de la existencia humana. Es el vehículo mediante el cual el pensamiento de niños y niñas no se extingue con el paso del tiempo.
Ahora, solo basta hacer un acercamiento a “Fryda” para revivir la intensidad de la primera caricia, del primer beso, del primer amor; en últimas, sentir la satisfacción de haber sido un pequeño.
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