un ensayo acerca de los aportes de las mujeres en las expresiones artísticas, culturales y científicas
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Al igual que en otros ámbitos de la vida social, política, científica y económica, la presencia de las mujeres en el campo cultural no se corresponde con su dimensión demográfica
Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar del progreso científico y en los beneficios que de él resulten. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.
Artículo 27 de la Declaración de los Derechos Humanos.
Al igual que en otros ámbitos de la vida social, política, científica y económica, la presencia de las mujeres en el campo cultural no se corresponde con su dimensión demográfica. Esta cuestión, que en principio revela la misma condición minorizada de la condición femenina que en otros ámbitos de la vida, tiene unas consecuencias que superan notablemente las ya demostradas en esos otros campos de la esfera pública.
El campo de la cultura es, por una parte, aquel en el que se manifiesta la verdadera condición humana de expresarse, comunicarse y sentir y, por tanto, excluir completa o parcialmente a las mujeres en este ámbito significa limitarlas en su propia condición de seres humanos. Por otra parte, el marco de la producción cultural es aquel en el que se manifiesta la capacidad proyectiva de imaginar futuros. El espacio de la producción simbólica es aquel espacio que determina la frontera de posibilidades de porvenires posibles. Las nuevas gramáticas, el crisol de los nuevos valores se gesta en la innovación y la creatividad artística, en los relatos literarios, en las ficciones audiovisuales, en los discursos, en los espacios arquitectónicos, en el diseño de los objetos y en las estéticas musicales y, en consecuencia, quien tiene las capacidades y habilidades para participar en el campo cultural define el marco de los valores compartidos, de los anhelos colectivos y de los objetivos perseguibles. Renunciar a participar en el campo de la cultura, en caso de que se cuenten con las capacidades para ello, significa dejar que sean “los otros” quienes definan el destino y el camino de la humanidad.
La situación de las mujeres en este ámbito, como en otros de la vida social, ha variado notablemente en las últimas décadas y en estos momentos se manifiesta la paradoja de cierta moderada feminización de algunas prácticas y hábitos culturales, lo que significa que cada vez más mujeres consumen producción simbólica que finalmente es creada y producida por hombres. No se defiende aquí la apertura de líneas de producción simbólica cultural denominadas de mujeres o para mujeres, que finalmente se estancan en la etiqueta de géneros creativos menores, sino que reivindicamos el derecho a participar, en términos de igualdad, en los procesos de construcción social de un simbolismo universal.
La participación de las mujeres en la cultura es minoritaria; sin embargo, la percepción que se tiene es la de una supuesta feminización de la cultura. Para Laura Freixas [1], la clave a esto nos la proporcionaría una vez más la ideología patriarcal: “si las mujeres son la parte y los hombres el todo, cualquier incremento de una mínima presencia femenina es visto, no como un avance hacia la normalidad -de la que estamos aún muy lejos, si por tal se entiende el 50%-, sino como una anomalía”.
Como dice Jacqueline Cruz [2]: “si examinamos las listas de clásicos de la literatura, las colecciones de pintura y escultura de los museos y las partituras que interpretan las grandes orquestas, la escasez de creadoras entre ellas podría llevarnos a la conclusión de que, en efecto, el arte ‘es cosa de hombres’”. Sin embargo, continúa diciendo que dicha escasez ha tenido múltiples causas que nada tienen que ver con la genética y que podrían resumirse diciendo que, a lo largo de los siglos, las mujeres se han topado básicamente con tres tipos de obstáculos a la hora de convertirse en artistas: para crear, para difundir lo creado y para perdurar en la historia.
En la esencia de la mayoría de las manifestaciones artísticas pervive aún la ausencia de participación igualitaria de las mujeres. Así, sus recreaciones no se han modificado ni replanteado de acuerdo a los principios de la actual sociedad democrática.
La invisibilidad de las mujeres se produce porque las estructuras de nuestro saber son de hecho androcéntricas