un ejemplo en 4 religiones de una crónica?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
La persona, el tiempo y el lugar se han de describir para más sólida raíz y cimiento de la historia.[1]
Con estas palabras el cronista fray Baltasar de Medina (1634-1697) destacaba los que debían ser los parámetros básicos de todo historiador al narrar un hecho, parámetros de referencia que son, por otro lado, los que tiene toda civilización para expresarse: el espacio y el tiempo. Durante el siglo xvii, un grupo de intelectuales novohispanos, de origen criollo y peninsular, construyeron una concepción de su tierra natal o adoptiva que les permitía apropiarse de un pasado glorioso y enorgullecerse por un excepcional entorno geográfico. Con esa construcción se buscaba dotar de sentido a este territorio y a sus habitantes y así encontrar una identidad propia frente a lo europeo. Los criollos, siguiendo la tradicional división de la historia en natural y moral, mostraron al mundo un país consolidado (aunque apenas se estaba haciendo) y vistieron su discurso con las formas de la retórica.
La primera apropiación básica, la del espacio, se inició con una exaltación de la belleza y de la fertilidad de la tierra mexicana, un locus amoenus, verdadero paraíso terrenal incontaminado y pródigo en frutos, con un aire saludable y un agua tan rica en metales que infundía valor. Este medio natural, cargado de símbolos morales, propiciaba (y reflejaba retóricamente) las virtudes, habilidades, ingenio e inteligencia de sus habitantes, sobre todo de los criollos.
Verdadero recuerdo de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de los Siete Dolores”, xilografía, en José López de Avilés, Debido recuerdo de agradecimiento leal a los beneficios hechos en México por su prelado Payo Enríquez Afan de Ribera, México, Viuda de Francisco Rodríguez Lupercio, 1684.
Estas manifestaciones comenzaron a darse entre 1590 y 1640 como un difuso sentimiento de diferenciación, que veía las características propias como positivas, frente a la actitud despectiva del peninsular que consideraba a América como un continente degradado, lo que determinaba que sus pueblos, incluidos los de raza blanca, fueran blandos, flojos e incapaces de ningún tipo de civilidad. En los autores barrocos de la segunda mitad del siglo esta simple exaltación retórica se volvió un despliegue de erudición que abarcaba la geografía, la producción y las costumbres de los habitantes de todas las regiones que formaban el espacio novohispano. Al determinismo geográfico que insistía en la defectuosa humanidad americana como hija de un territorio de pantanos y calurosa naturaleza, los criollos oponían una visión de seres hábiles y laboriosos, producto de un clima templado y de una tierra pródiga y fértil; la historia natural daba argumentos para crear una historia moral gloriosa.
La segunda apropiación necesaria para crear una cultura propia era la del tiempo, la que buscaba una justificación del presente a partir de la reconstrucción del pasado, es decir la que le daba a la historia moral su sentido de continuidad. Al igual que el espacio, el tiempo novohispano se codificó en los términos de la retórica e hizo uso de los múltiples recursos del género demostrativo: la alabanza de las virtudes, el vituperio de los vicios, la amplificación, el exemplum, las pruebas, la digresión, la cita de autoridades. El funcionamiento de tales modelos retóricos provocaba, por ejemplo, que la Biblia y los autores cristianos y grecolatinos aparecieran citados exhaustivamente, pues ellos constituían una matriz dentro de la cual los cronistas debían reconstruir y traducir las nuevas experiencias americanas. La historia, por tanto, vista como una rama de la retórica, debía cumplir con tres objetivos básicos: enseñar comportamientos morales (docere), entretener (delectare) y provocar sentimientos de repudio o de admiración (movere)