un cuento sobre los animales y los humanos
Respuestas a la pregunta
Daniel se pasaba los viajes en coche cantando, jugando a acertijos y disfrutando del paisaje. Le acompañaba su hermano Marcos y, a veces, hasta sus padres les hacían los coros. Se inventaban juegos para hacer más ameno el viaje. El “veo veo” era uno de sus favoritos, pero a veces había muchos kilómetros por delante y tenían que matar el tiempo con otras cosas. Por ejemplo, jugaban a inventarse canciones con palabras al azar o repasaban la lección del cole.
Un día de otoño, mientras viajaban desde la ciudad al pueblo y su madre conducía, de pronto el coche se detuvo de forma brusca. El padre de Daniel, que iba dormido, se despertó de repente. La madre gritó muy asustada:
– ¡Oh no, he atropellado algo!
– Para el coche en el margen de la carretera y miraremos- dijo el padre.
Por precaución, se bajaron solo los adultos tras haberse puesto los chalecos reflectantes. Al momento, vieron un conejo de tamaño mediano tendido entre los matorrales. Sin pensárselo dos veces, fueron a por una manta al coche y se llevaron al conejo al veterinario. Tuvieron suerte porque la clínica más cercana estaba a solo un par de kilómetros, en el siguiente pueblo. Nada más verles, el veterinario les recibió extrañados.
– No es habitual que me traigan animales atropellados. Normalmente la gente los abandona a su suerte.
El conejo que había llevado la familia de Daniel solo tenía una pata rota así que fue bastante sencillo curarle. El veterinario quiso tenerlo en observación durante el fin de semana así que, de camino a la ciudad el domingo por la tarde, la familia paró a ver cómo estaba el animalillo.
Aconsejados por el veterinario, tomaron la decisión de llevarlo de nuevo a donde lo habían encontrado. Querían que encontrase fácilmente a su familia y su madriguera. Nada más soltarlo, el conejo echó a correr con su patita ya totalmente recuperada. Eso sí, a los pocos metros se giró y movió los bigotes. Daniel estaba convencido de que había sido su forma de darles las gracias.