Un Cuento Creado Sobre La Ambición Y Otro Sobre El Destino
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
la ambición
el cuneto se llama: el campo de frutos
- En el campo habitaba una manada de jabalíes muy unida, que realizaba
casi todas sus actividades juntos. Eran una gran familia y haciendo las cosas en conjunto habían logrado mantenerse a salvo y conseguir buenos alimentos.
En una parte del campo donde ellos se paseaban había algo que a todos les llamaba mucho la atención: un enorme campo de frutos vallado. Detrás de la valla había deliciosos manjares, fresas, cerezas, moras y hasta manzanas. A todos los jabalíes les llamaba la atención, pero sabían que era un lugar privado y además no podían acceder.
Pero Chiqui era un jabalí muy rebelde y glotón. Así que cada vez que pasaban por allí, pensaba en un plan para ingresar y darse un buen atracón de frutas.
—Qué deliciosos frutos hay allí— comentó Chiqui a una de sus hermanas—. Algún día lograré entrar, ya verás.
—Chiqui, ese lugar es privado, además no hay forma que entremos todos juntos, ninguno de nosotros podría atravesar esas vallas por nuestro tamaño.
—Seguramente hay una manera hermana— dijo Chiqui desafiante.
Ambos jabalíes siguieron caminando, pero de pronto la expresión de Chiqui cambio, se le había ocurrido una idea.
Al día siguiente, cuando la manada se echó a descansar, Chiqui emprendió una caminata hacia el campo de frutos. Al llegar, el joven jabalí, aunque sabía que no pasaría, intento atravesar las vallas. Chiqui estaba calculando cuanto de su cuerpo sobraba para pasar por allí.
Por los próximos días, Chiqui decidió no comer para adelgazar y poder atravesar las vallas. El jabalí solo tomaba agua, y cada día se dirigía al campo de frutos a ver si ya lograba pasar. Pasaron varios días, hasta que por fin una tarde Chiqui logró entrar al campo de frutos.
—Esto es magnífico, mejor de lo que se veía de afuera— exclamó Chiqui sorprendido al ver la gran cantidad y variedad de frutos que había.
Chiqui comenzó a comer sin parar, probo de todas las frutas, comió hasta saciarse y mucho más también. El joven jabalí se quedó a vivir en el campo de frutos, de tarde y noche comía a reventar y por durante el día se escondía entre arbustos para que nadie lo descubriera.
Pero a medida que pasaron los días, las frutas ya eran algo común para Chiqui y comenzaba a echar de menos a su familia. Así que una tarde, Chiqui pensó en salir del campo de frutos y regresar a ver a su familia. Pero cuando intento atravesar el vallado no puedo hacerlo porque de tanto comer había engordado muchísimo.
EEl campo de frutosl jabalí Chiqui, decidió volver a aplicar su plan: dejar de comer varios días, y lograr atravesar las vallas que ahora lo separaban de su manada. Así, al cabo de unos días, Chiqui había bajado de peso y con su cuerpo más delgado, logró atravesar la valla, esta vez en dirección del campo de frutos hacia su familia.
—¿Chiqui, dónde has estado?, te buscamos sin parar— exclamó uno de los jabalíes de su manada al verlo llegar.
—Estuve en el campo de frutos que siempre pasamos— replicó Chiqui.
—Qué maravilla, debe ser fantástico ese sitio, ¿verdad Chiqui?
—Pues sí, es fantástico, pero prefiero estar aquí con ustedes.
Ambos jabalíes se unieron a la manada que estaba dando una caminata, y prosiguieron juntos. Chiqui había experimentado las delicias del campo de frutos, pero había aprendido que las cosas buenas de la vida no lo son tanto si no tenía con quien disfrutarlas.
El general siempre había sido valiente desde que era un muchacho, y sabía que no había mayor deshonra que el no enfrentar nuestros miedos. Desgraciadamente sus soldados no pensaban de la misma manera.
Todos ellos estaban desanimados y temerosos de morir en el campo de batalla, pues habían escuchado cuan grande era el ejército enemigo y ninguno se sentía capaz de luchar.
Mientras avanzaban por el campo, el general divisó una capilla a la distancia.
el destino
—Vayamos a orar por nuestra seguridad en la batalla —le dijo a sus hombres.
Y enseguida se encaminaron, arrastrando los pies, hacia la capilla. Allí, el general llevó a cabo una pequeña oración y entonces, ante los ojos impávidos de sus hombres, sacó una reluciente moneda de oro.
—¿Creen ustedes que vamos a ganar la lucha de hoy? —preguntó.
Con tristeza, los guerreros contestaron que eso era improbable y el destino, demasiado cruel.
—Destino —repitió el general con una sonrisa enigmática—, ciertamente no podemos adelantarnos a su resultado. Pero hay una manera de saber si está de parte nuestra o no. Voy a lanzar esta moneda al aire: si cae en cara, ganaremos. Pero si cae en cruz, tendremos que asimilar la derrota. Es hora de revelar el destino.
La moneda fue lanzada y los soldados la siguieron con los ojos, ansiosos. Cuando cayó en el suelo, el general la recogió con sumo cuidado y volvió a sonreír. Había caído en cara.