un cuento corto
me lo buscan nwn
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
está muy corto
Explicación:
espero y de sirva
Respuesta:
En Japón, en un bonito castillo, vivían dos familias reales, cada una con su papá rey, su mamá reina y su hija la princesa. Aunque las familias reales no suelen compartir sus palacios, estas lo hacían por una razón muy especial: no lo sabían. Y es que la segunda de estas familias era una familia de reales ratoncitos que vivía entre las paredes del castillo. Miembros de la antigua dinastía ratuna de los Kaso, eran orgullosos y comodones: todo lo hacían sus sirvientes, quienes robaban de todo a los verdaderos dueños del palacio. Vivían tan a gusto que nunca salían de su pequeña habitación, y ni siquiera sabía que vivían en un palacio habitado por humanos.
Tantas comodidades y tan poco esfuerzo habían convertido a Yonohago, la princesa ratona, en una mandona impaciente que vivía tan ocupada pidiendo y exigiendo que nunca escuchaba nadie.
- ¡Quiero un pastel ahora mismo!
- ¿De qué sabor, princesa?
- ¡Que no me hables! ¡Quiero mi pasteeeeel!
Sus papás le avisaron de que así se quedarían sin sirvientes, pero no quiso escuchar: estaba demasiado ocupada haciendo lo que ella quería, cuando ella quería y como ella quería. Molestos, los ratones sirvientes se fueron marchando, hasta que no quedó ninguno. Ahora te tocará hacer las cosas por ti misma - dijo la reina ratona.
- ¡De ninguna manera! Encontraré nuevos sirvientes- respondió orgullosa.
Y se marchó a buscarlos. Al acercarse a las zonas habitadas por humanos descubrió carteles avisando del peligro.
- Soy la princesa: hago lo que quiero, cuando quiero y como quiero. No pienso hacer caso a nadie. Y menos a unos carteles.
Finalmente, llegó a la salida de la ratonera y se encontró en la habitación de la princesa humana, que dormía la siesta. Yonohago se puso muy contenta a ver a la niña.
- ¡Este animal tan grande será un sirviente estupendo! ¡Venga, despierta, que tengo hambre!
La princesa humana, por supuesto, ni siquiera oía a alguien tan pequeño. La ratoncita, impaciente, trepó hasta la cara de la niña:
- ¡Soy la princesa y he dicho que te levantes, bicho gordo! - dijo mordiéndole la nariz.
La niña se levantó de un salto y dio un grito. Varias personas llegaron corriendo y descubrieron en el centro de la habitación un ratoncillo de gesto orgulloso que parecía querer dar órdenes a todo el mundo. Y era verdad, la princesa ratona estaba enfadadísima con aquellos animales grandotes que tardaban tanto en traerle un pastel y un trozo de queso.
A todos les hizo tanta gracia ver a una ratoncita tan mandona que la guardaron en una jaula y la llevaron a un circo de ratones. Y allí, sin sirvientes ni comodidades, vivió la peor de sus aventuras, pues para conseguir un poquitín de comida al día tuvo que aprender a escuchar y obedecer todas y cada una de las tonterías que el domador le ordenaba.
Explicación: