UN COMENTARIO SOBRE LOS SUCESOS QUE MÁS TE GUSTO DE ESTA HISTORIA Y REPRESENTALOS CON DIBUJOS
Sabido es que la casa en que nació Rosa de Lima hubo un espacioso huerto, en el cual edificó la santa una ermita u oratorio destinado al recogimiento y penitencia. Los pequeños pantanos que las aguas de regadío forman, son criaderos de miríadas de mosquitos, y como la santa no podía pedir a su Divino esposo que, en obsequio a ella, alterase las leyes de la naturaleza, optó por parlamentar con los mosquitos. Así decía:
Cuando me vine a habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos y yo; yo, de que no les molestaría, y ellos, de que no me picarían ni harían ruido.
Y el pacto se cumplió por ambas partes, como no se cumplen ... ni los pactos politiqueros.
Aun cuando penetraban por la puerta y ventanillas de la ermita los bullangueritos y lanceteros guardaban compostura hasta que con el alba, al levantarse la santa, les decía:
-¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios!
Y empezaba un concierto de trompetillas, que sólo terminaba cuando Rosa les decía:
-Ya está bien, amiguitos, ahora vayan a buscar alimento.
Y los obedientes sucsorios se esparcían por el huerto.
Ya al anochecer los convocaba, diciéndoles:
-Bueno será, amiguitos, alabar conmigo al Señor que los ha sustentado hoy.
Y repetíase el matinal concierto, hasta que la bienaventurada decía:
-A recogerse, amigos, formalitos y sin hacer bulla.
Eso se llama buena educación, y no la que da mi mujer a nuestros nenes, que se le insubordinan y forman algazara cuando los manda a la cama.
No obstante parece que alguna vez se olvidó la santa de dar orden de buen comportamiento a sus súbditos; porque habiendo ido a visitarla, en la ermita, una beata llamada Catalina, los mosquitos se cebaron en ella. Catalina, que no aguantaba pulgas, dio una manotada y aplastó un mosquito.
-¿Qué haces hermana? -dijo la santa-. ¿A mis compañeros los matas de esa manera?
-Enemigos mortales son , no son compañeros, dijera yo -replicó la beata-. ¿Mira éste cómo se había cebado en mi sangre y lo gordo que se había puesto!
Déjalos vivir, hermana; no me mates ninguno de estos pobrecitos que te ofrezco no volverán a picarte, sino que tendrán contigo la misma paz y amistad que conmigo tienen.
Y ello fue, en lo sucesivo, no hubo zancudo que se le atreviera a Catalina.
También la santa en una ocasión supo valerse de sus amiguitos, para castigar los remilgos de Francisca Montoya, beata de la orden Tercera, que se resistía a acercarse a la ermita, por miedo de que le picasen los mosquitos.
-Pues tres te han de picar ahora -le dijo Rosa- uno en nombre del Padre, otro en nombre del Hijo y otro en nombre del Espíritu Santo.
Y simultáneamente sintió la Montoya en el rostro el aguijón de tres mosquitos.
Y comprobando el dominio que tenía Rosa sobre los bichos y animales domésticos, refiere el cronista Meléndez que la madre de nuestra santa criaba con mucho mimo un gallito que, por lo extraño y hermoso de la pluma, era la delicia de la casa. Enfermó el animal y postrosé de manera que la dueña dijo:
-Si no me mejora, habrá que matarlo para comerlo guisado. Entonces Rosa cogió el ave enferma y acariciándola, dijo:
-Pollito mío, canta de prisa; pues si no cantas te guisan. Y el pollito sacudió las alas encrespó la pluma y muy regocijado soltó un:
¡Quiquiriqui!
(Que buen escape el que me di)
¡Quiquiricuando!
(Ya voy que me están peinando)
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