tres ideas principales del cuento la negrita y su maletita
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Había una niña negrita de esas que una vez que la conoces, es difícil que la puedas olvidar. Ella tenía unos rizos gruesos y tan negros como el azabache mismo. Ellos eran el recuerdo y el testimonio vivo de su historia y orígenes afro. Sus ojos morenos expresaban tal delicadeza y alegría que podía contagiarla a quien la rodeaba.
Todos los días tanto sus padres como ella misma recibían elogios sobre lo hermosa que era, lo linda que lucía con sus rizos alborotados y sobre lo expresivos que sus ojos eran.
Todo parecía perfecto, pero los años siguieron sumando en el calendario y Negrita, así como la llamaron, comenzó a crecer, sus curvas se redondearon así como la grandeza de sus ojos cuando tenía cuatro años de edad. Sus rizos se volvieron más desordenados que en otrora tiempo y con ellos los comentarios no tan agradables comenzaron a llegar en su bandeja de entrada con asunto de importante.
Negrita no entendía por qué ya la gente no le decía cosas bonitas como antes, sino todo lo contrario: “¿Por qué no te alisas?”, “¿Por que no te vistes como las demás?”, “Has estudiado toda una carrera universitaria, pero así no luces para nada profesional”, “Tienes que comportarte, no puedes reírte de esa forma, ya no tienes cuatro años”.
Al principio pensó que todos esos comentarios y preguntas de reflexión venían como un balde de agua fría, pero que era para su bien, comodidad y desarrollo en la sociedad. Negrita pensó: “Ummm debo hacer lo que ellos me dicen. Debo comportarme y ser una persona seria y profesional”.
Por eso, un día Negrita buscó su maleta vieja, donde solía guardar sus secretos cuando era muy niña, ahí dejó sus rizos alborotados, sus curvas prominentes, todos sus rasgos fuertes y gruesos, sus ojos expresivos y por último, pero fue lo que le dolió más, su risa contagiosa. Terminó por cerrar su maletita y le puso una etiqueta que parecía gritar: “Mis miedos”.
Al día siguiente salió a la calle y al instante pudo sentir las sonrisas y los comentarios simpáticos de la gente sobre lo bien que lucía y se comportaba. Aunque su piel negra todavía estuviera ya que no la pudo dejar en la maletita porque era muy pequeña para guardar toda la extensión de negrura.
Nuevamente Negrita sintió aceptación, pero ésta no era lo suficiente grande para llenar todo lo que dejó guardado. Sin embargo cuando llegó una noche a su casa volvió a abrir la maletita de miedos y guardó su autovaloración; con ello ya le parecía indiferente el hecho de que no se sintiera bien con respecto a ella misma.
Así los días pasaron, Negrita era cada vez más “valorada” por sus semejantes, se convirtió en una sensación entre sus amigos, total era como ellos y lo más triste se reía como ellos.
Un día Negrita iba tarde para el trabajo; por eso le tocó correr hacia la estación del bus. Mientras lo hacía sus oídos retumbaron al escuchar: “Uy no… Negrita la gente normal no corre así, no es para nada elegante”; en ese instante detuvo instantáneamente sus pies y siguió su camino de forma lánguida y erguida, así como los demás dejando que su sombra fuera pisada por los demás transeúntes.
Después de 45 minutos de caminata lenta llegó, por fin, a la estación del bus. Se montó al primero que pasó, no le importó el hecho de que estuviera atiborrado de otros personajes de la triste rutina de su vida. Una Señora se subió luego que ella, y tal como si no existiera la pisó y la empujó, tratando de buscar un espacio acorde a su inercia exagerada. En ese momento Negrita no pudo ser lo suficiente indiferente y le dijo a la señora de curvas multiplicadas: -“Disculpe, pero me está pisoteando, ¿Podría, por favor, correrse un poco?”. La señora, tal gorda era, no pudo creer lo que escuchó y le dijo: -“Si quiere comodidad use taxi…. Negra tenía que ser”