tres fuentes de financiamiento que se utilizan para sostener las Cruzadas.
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el gran negocio de la Edad Media
Viajar a Tierra Santa con un equipamiento militar exigía un desembolso considerable: un caballero necesitaba los ingresos de cuatro años para hacerse con las armas necesarias y, sobre todo, con un caballo, animal especialmente caro de obtener. Además, tenía que contar con los recursos que debía dejar a su familia, para que esta sobreviviera en su ausencia o para el caso de que él nunca regresara.
En el supuesto de que su dinero se agotara durante el desplazamiento, no tenía más salida que buscar la protección de algún noble. Si no la conseguía, el único camino era la mendicidad. Así podría reunir el coste del pasaje para regresar desde Palestina a su hogar. Los problemas no terminaban aquí, porque, mientras el cruzado guerreaba en tierras lejanas, las suyas estaban a merced de la codicia de vecinos ambiciosos.
En teoría, la Iglesia se encargaba de proteger las propiedades de los que se marchaban a combatir a los infieles, a la vez que amparaba a sus esposas e hijos. La realidad mostró que las garantías eclesiásticas resultaban del todo insuficientes. Muchos perdieron sus tierras o derechos por estar ausentes.
La Iglesia, por otra parte, ofrecía a sus guerreros otro tipo de privilegios. Si habías solicitado un préstamo, podías dejar de pagar los intereses siempre que te alistaras. Disfrutabas, además, de inmunidad ante cualquier demanda civil con repercusiones en los bienes del afectado. La experiencia demostró la necesidad de establecer restricciones a esta medida, en vista del peligro real de que muchos marcharan a Tierra Santa para no tener que ir a juicio.
La Iglesia acabó justificando la legitimidad del botín, entendido como el salario que se pagaba a los guerreros
Ante la magnitud de los sacrificios que debía hacer, el cruzado necesitaba algún tipo de incentivo económico. La Iglesia acabó justificando la legitimidad del botín, entendido como el salario justo que se pagaba a los guerreros. Ahora bien: los ejércitos no debían excederse en este punto, porque una codicia excesiva enojaría a Dios y conduciría al fracaso militar.
También contaron las expectativas de hallar unas tierras ricas, en las que fuera posible establecerse y prosperar. El abate Martín de Pairis, en un discurso pronunciado en 1201, animó con este argumento a su auditorio para que tomara las armas y marchara a los Santos Lugares.
El peso de los italianos
Los cruzados tenían que desplazarse a lo largo de enormes distancias. Había que procurarles medios de transporte y provisiones. Las ciudades marítimas como Venecia, Génova y Pisa enseguida vieron en ello oportunidades de hacer dinero. Llevaban a Tierra Santa a peregrinos y nuevos colonos en barcos que partían de Italia dos veces al año, en marzo y septiembre.
Un negocio redondo fue el que hicieron los genoveses entre 1101 y 1102, durante el asedio de Cesarea, en el actual Israel. Tras la caída de la ciudad, consiguieron tanto privilegios comerciales como una parte sustanciosa del futuro botín.
Los pisanos no se quedaron atrás. A cambio de su colaboración en la toma de Jaffa, también en lo que hoy es Israel, consiguieron que seles permitiera instalar una base comercial en su puerto.
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