TRANSFORMA EL CUENTO EL GIGANTE EGOISTA DE OSCAR WIDE, LLEVANDOLO A LA ACTUALIDAD.
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
El señor malabarista egoísta posee un gran jardín , aunque había estado fuera por 7 años. Unos niños aprovechan que el gigante va de visita a casa de un ogro para disfrutar de su jardín. Cuando una tarde el señor malabarista regresa de visitar a su primo, sorprende a los niños; los echa y construye un muro para evitar que vuelvan. Pero, sin los niños en el jardín reinó la tristeza. Los árboles no daban flores ni frutos, los pájaros no trinaban y no hubo ya primavera en él. Solo inviernos. Pasado el tiempo, los niños entraron al jardín por una abertura y todo el lugar reverdeció. El SEÑOR MALABARISTA quedó maravillado y pensó que había sido egoísta; derribó el muro y él mismo invitó a los niños a jugar. A poco notó a un muchacho muy pequeño que no podía trepar a un árbol y que se sentía desdichado. El SEÑOR MALAVARISTA ayuda al muchacho a trepar a un árbol al que quiere subir, y el niño, agradecido, le besó. Tras ello, el señor malabarista anunció: «Desde ahora, éste es vuestro jardín, queridos niños», y derribó, como se había propuesto, el muro. Los niños, a partir de entonces, juegan y se divierten libremente en el jardín. Pero no así el niño al que el gigante ayudó y al que más cariño tomó; no lo volvió a ver. Muchos años más tarde, el gigante es viejo y débil, y despierta, una mañana de invierno, para ver los árboles en una parte de su jardín en plena floración. ¡Y cuál fue su sorpresa al descubrir al niño que tanto deseaba volver a ver, bajo un hermoso árbol blanco! Pero el niño estaba herido, y el gigante, furioso ante la idea de que alguien le hubiera hecho daño, le dijo: —¿Quién se atrevió a herirte? —pues en las palmas de sus manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se veían en los piececitos. —¿Quién se ha atrevido a herirte? —gritó el gigante—. Dímelo para que pueda tomar mi espada y matarlo. —No —replicó el niño—, pues estas son las heridas del amor. —¿Quién eres? —dijo el gigante; y un extraño temor lo invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño. Y el niño, que en realidad era Jesucristo, sonrió al gigante y le dijo: —Una vez me dejaste jugar en tu jardín. Hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.
Y esa tarde los niños encontraron al gigante muerto bajo el árbol, cubierto de flores blancas
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