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Respuesta:
En su estudio sobre el autor y la autoridad en Borges, Alfredo Alonso Estenoz (2013, pp. 11-15) introduce una reflexión a propósito de la influencia de elementos externos en la manera como se lee un texto. Tomando como punto de partida el ensayo “La fruición literaria” (de El idioma de los argentinos, 1928) de Borges, ilustra la importancia de la atribución de una obra con el ejemplo de una frase que el escritor argentino propone para argumentar que ese valor dependerá de quién la haya escrito y en qué momento histórico. Borges se pregunta si la sentencia “El incendio, con feroces mandíbulas, devora el campo” es “condenable o lícita”, y antes de sugerir posibles procedencias, sostiene: “Yo afirmo que eso depende solamente de quien la forjó” (1994, p. 36), pues da por hecho que no recibiría la misma aprobación si, según dos de sus ejemplos, un literato se la presenta como suya en un café o si se le revela que es de la autoría de Esquilo. Con este comentario, Borges muestra la incapacidad del lector de emitir un juicio certero si desconoce la procedencia de una obra. Aludo al libro de Alonso Estenoz porque su lectura del ensayo borgeano dilucida el papel crucial que desempeña el autor al momento de estudiar una obra, más aún cuando se trata de un escritor, como Mario Vargas Llosa, convertido en figura pública no sólo por su trabajo creativo, sino por su intervención en otros contextos donde la exposición de sus ideas ha extendido su reputación de hombre de letras. Trátese del escritor e intelectual hispanoamericano ganador del Premio Nobel en 2010, o del candidato que perdió las elecciones a la presidencia de Perú contra Alberto Fujimori, su nombre, como todo nombre de autor, funciona como una suerte de marca (en el doble sentido de “señal” y de trademark) que añade valor a la obra y que, por lo mismo, condiciona su recepción o la modifica1. Por poner un ejemplo, la lectura de un libro como Los jefes (1959) se ha transformado necesariamente después de la publicación de su autobiografía o del otorgamiento del Premio Nobel.
Cuando se habla del autor, como concepto, función o atributo, se nos coloca sobre un terreno inestable, porque resulta ser el producto de una combinación azarosa y muchas veces caótica de buen número de instancias de producción y de recepción. Pensar en los procesos de (auto)figuración en estas circunstancias significa examinar los espacios más visitados por el escritor para tal efecto; en el caso de Vargas Llosa, destacan dos momentos significativos de autoexhibición que han moldeado, con mucho, la percepción de su imagen: su novela autoficcional La tía Julia y el escribidor (1977) y sus memorias-autobiografía El pez en el agua (1993), dos búsquedas identitarias que simultáneamente responden a las preguntas ¿quién soy?, ¿quién creo ser? y ¿quién quiero ser? Dentro de estas coordenadas, me interesa, por un lado, definir los modos de autofiguración en La tía Julia y el escribidor y El pez en el agua, en cuanto develamiento explícito del yo; por el otro, y dada la importancia del desenvolvimiento mediático del creador en cuanto artista y su “puesta en escena” social, resulta necesaria la vinculación de estos dos textos con el discurso expuesto en sus entrevistas y ensayos, pues de ellos depende, en gran medida, la validación de las estrategias de escritura mediante las cuales el autor pone en marcha su ejercicio autofigurativo, y porque funcionan como un mecanismo publicitario y de legitimación de su quehacer literario. En otras palabras, estas páginas se proponen examinar la relación dialéctica entre el escritor y la escritura y, al mismo tiempo, destacar los puntos álgidos en el descubrimiento de la vocación creativa que ha hecho de Vargas Llosa una figura pública.
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