Tesis y argumentos encontrados en El diablo que vos matais: ensayo
Respuestas a la pregunta
¿Qué tal que el diablo no existiera? Es tan necesaria su presencia en la tierra, como el agua, como el verdor de los árboles, como la mujer. Sin su aporte malicioso, incluso inteligente, brillante, Adán y Eva aún estuvieran viviendo en un paraíso artificial, sin sudores ni lágrimas, idealizados, metidos en una burbuja incontaminada. ¿Qué sería de nosotros los mortales sin sus tentaciones? ¿Qué haríamos sin sus llamados a la rebelión, a la insumisión, a ser diferentes? En cada hombre hay una porción significativa de demonio, otra de Dios, ambas en permanente lucha, como dos rivales que, en una tumultuosa mesa de bar, miden sus fuerzas, sus pulsos.
En el universo de las dualidades, en la dialéctica de los contrarios, Dios no podría ser sin su contraparte. Y me parece que, de alguna manera, la deidad, en sus eternos momentos de soledades, cuando aún el Lucero del Alba no se había insurreccionado, debía de sentir la monotonía y la desazón de no tener a quién vencer, con quién pugnar y antagonizar en ese infinito cuadrilátero celestial. Las horas de Dios —de todos los dioses— serían de permanente angustia si no hubiera un rival que permitiera el aguzamiento de la alerta, la confrontación del poder. El diablo es una criatura divina. Y su mayor astucia, según Baudelaire, es hacernos creer que no existe.
Lucifer, el Ángel Caído, el primero —al decir de Cioran— que atentó contra la inconsciencia original, es, de modo extraño, un símbolo de la libertad. Antes de su sublevación, todo descansaba en los hombros de la deidad. No había conflictos ni oposiciones. O, en otras palabras, el mundo celestial era pura adoración, incienso en otras esferas. Había una suerte de sometimiento a lo absoluto. Toda la corte se debía al Rey de la Creación. Pero es posible que tantos besamanos y venias aburriesen a Lucifer, que dio el gran salto. Irrumpió como el irreverente, el distinto, el que deseaba crear su propio camino (¿De perdición? ¿De salvación?). Se atrevió a levantar vuelo sin autorización, y más que en sus semejantes alados, buscaría su mejor aliado en la Tierra. Con el hombre (y, desde luego, con la mujer que, por su natural inclinación a los sensual, es más afecta al diablo) iniciará su histórica carrera de diabluras. La historia del pecado y de la culpa no se concibe sin el papel clave de Satán. Y cada pueblo, en su mitología, en su religión, le da hospedaje a lo demoníaco.
El diablo no solo significa que el bien tiene su contraparte, sino que es otra posibilidad: la vida está llena de contrastes, de negros y blancos, de oposiciones, de contradicciones. Y uno de los polos, de los elementos en constante lucha, es el diablo. Sin él, los dioses no serían posibles. Tampoco los ángeles. El diablo, con su olor a azufre, yergue su figura repulsiva y la erige como una alternativa. Encarna una manera diferente de ver el mundo: así como no es posible concebir el amor sin el odio, ni la vida sin la muerte, ni la memoria sin el olvido, tampoco es posible el mundo sin el diablo, sin su presencia temida y amada, calumniada y desgraciada. Su primer pecado, dicen en círculos infernales, fue el de la soberbia. Me parece que más que esto se trató de osadía, y más aún, de querer romper esquemas y rutinas, convertirse en bandera y faro. El diablo, en la tradición, es sinónimo de maldad; sin embargo, habría que mirarlo desde otros minaretes para observar esa tristeza que en ocasiones lo tortura y obliga a buscar compañía en los hombres (que no siempre son la mejor compañía).
Espero que te sirva y me des Coronitas UwU Saludos!