Teniendo en cuenta lo aprendido en clases sobre el “Antiguo Régimen”, explique por qué el Tercer Estado presionó para que las votaciones no fueran por “orden”, sino por persona.
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Antiguo Régimen
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La Bastilla, fortaleza del rey en París usada como cárcel, era considerada como símbolo del Antiguo Régimen por sus enemigos, y su toma como el inicio de la Revolución que llevó al Nuevo Régimen (1789-1799). Sus escombros fueron objeto de un comercio parecido al que doscientos años más tarde tuvieron los del muro de Berlín.
Antiguo Régimen (en francés: Ancien régime) fue el término que los revolucionarios franceses utilizaban para designar peyorativamente al sistema de gobierno anterior a la Revolución francesa de 1789-1799 (la monarquía absoluta de Luis XVI), y que se aplicó también al resto de las monarquías europeas cuyo régimen era similar. El término opuesto a este fue el de Nuevo Régimen (en España, Régimen Liberal).
Puede aplicarse también como equivalente a una época que, prácticamente, coincidiría con lo que se conoce como Edad Moderna
Origen de la expresión[editar]
Aunque su utilización es contemporánea a la Revolución, la mayor responsabilidad de su fijación en el ámbito literario le pertenece a Alexis de Tocqueville, autor del ensayo El Antiguo Régimen y la Revolución.1 En ese texto indica precisamente que «la Revolución francesa bautizó lo que abolía» («la Révolution française a baptisé ce qu'elle a aboli»); Tocqueville opuso confusamente este concepto al periodo medieval, oposición que se hizo común en la historiografía durante los siglos XIX y primera mitad del XX y que historiadores posteriores han discutido, especialmente François Furet.2
Desde el punto de vista de los reaccionarios enemigos de la revolución, el término Antiguo Régimen fue reivindicado con un punto de nostalgia, siguiendo el tópico literario del «paraíso perdido» (o el manriqueño «cualquiera tiempo pasado fue mejor»). Talleyrand llegó a decir que «los que no conocieron el Antiguo Régimen nunca podrán saber lo que era la dulzura del vivir» («ceux qui n'ont pas connu l'Ancien Régime ne pourront jamais savoir ce qu'était la douceur de vivre»).
La aplicación del término a las estructuras económicas y sociales se atribuye a Ernest Labrousse,3 y fue difundido por la contemporánea Escuela de Annales, con gran aceptación en España a través de hispanistas como Pierre Vilar o Bartolomé Bennassar. Su utilización con este sentido, que no era usual antes, se hizo habitual por los autores del tercer cuarto del siglo XX, como Antonio Domínguez Ortiz, Gonzalo Anes o Miguel Artola, que terminaron por fijar el concepto en la historiografía española. La aplicación del término a la historia de las instituciones españolas es muy anterior, pero parece que también se originó por influencia francesa, como es el caso de la obra del hispanista de finales del XIX Georges Desdevises du Dézert,4 recogida por Antonio Rodríguez Villa en 1897.
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El pueblo presionó para que el voto valiera “por persona” en lugar de “por orden”, ya que en los Estados Generales de 1789, para hacer valer sus intereses, el estado llano había logrado que se duplicara el número de miembros de su orden. En estas circunstancias, si el voto se contaba por persona, no por “orden”, la opinión de los dos estados privilegiados (nobleza y clero) sería menos decisiva.