Tarde a tarde, lo veían. Lejos de los demás, el gurí se sentaba a la sombra de la
enramada, con la espalda contra el tronco de un árbol y la cabeza gacha. Los dedos de su
mano derecha le bailaban bajo el mentón, baila que te baila como si él estuviera rascándose
el pecho con alevosa alegría, y al mismo tiempo su mano izquierda, suspendida en el aire,
se abría y se cerraba en pulsaciones rápidas. Los demás le habían aceptado, sin preguntas,
la costumbre.
Hay cuadernos de los que afloran plantas y manos entrecruzadas, otros de los que
cuelgan mándalas o muestran fotos a modo de portarretrato. Pequeñas piezas textiles, el
pasaje de un avión, hojas dibujadas, pintadas o atadas.
El perro se sentaba, sobre las patas de atrás, a su lado. Ahí se quedaban hasta que caía
la noche. El perro paraba las orejas y el guri, con el ceño fruncido por detrás de la cortina
del pelo sin color, les daba libertad a sus dedos para que se movieran en el aire. Los dedos
estaban libres y vivos, vibrándole a la altura del pecho, y de las puntas de los dedos nacía el
rumor del viento entre las ramas de los eucaliptos y el repiqueteo de la lluvia sobre los
techos, nacían las voces de las lavanderas en el río y el aleteo estrepitoso de los pájaros
que se abalanzaban, al mediodía, con los picos abiertos por la sed. A veces a los dedos les
brotaba, de puro entusiasmo, un galope de caballos: los caballos venían galopando por la
tierra, el trueno de los cascos sobre las colinas, y los dedos se enloquecían para celebrarlo.
El aire oía a hinojos y a cedrones.
Un día le regalaron, los demás, una guitarra. El gurí acarició la madera de la caja,
lustrosa y linda de tocar, y las seis cuerdas a lo largo del diapasón.
La probó, la guitarra sonaba bien. Y él pensó: qué suerte. Pensó: ahora, tengo dos.
¿Por qué es un cuento realista? Justifica con un fragmento.
Respuestas a la pregunta
Respuesta:tarde a tarde, lo veían. Lejos de los demás, el gurí se sentaba a la sombra de la enramada, con la espalda contra el tronco de un árbol y la cabeza gacha.
Los dedos de su mano derecha le bailaban bajo el mentón, baila que te baila como si él estuviera rascándose el pecho con alevosa alegría, y al mismo tiempo su mano izquierda, suspendida en el aire, se abría y se cerraba en pulsaciones rápidas. Los demás le habían aceptado, sin preguntas, la costumbre.
El perro se sentaba, sobre las patas de atrás, a su lado. Ahí se quedaban hasta que caía la noche. El perro paraba las orejas y el gurí, con el ceño fruncido por detrás de la cortina del pelo sin color, les daba libertad a sus dedos para que se movieran en el aire.
Los dedos estaban libres y vivos, vibrándole a la altura del pecho, y de las puntas de los dedos nacía el rumor del viento entre las ramas de los eucaliptos y el repiqueteo de la lluvia sobre los techos, nacían las voces de las lavanderas en el río y el aleteo estrepitoso de los pájaros que se abalanzaban, al mediodía, con los picos abiertos por la sed.
A veces a los dedos les brotaba, de puro entusiasmo, un galope de caballos: los caballos venían galopando por la tierra, el trueno de los cascos sobre las colinas, y los dedos se enloquecían para celebrarlo. El aire olía a hinojos y a cedrones. Un día le regalaron, los demás, una guitarra.
El gurí acarició la madera de la caja, lustrosa y linda de tocar, y las seis cuerdas a lo largo del diapasón. La probó, la guitarra sonaba bien. Y él pensó: «Qué suerte». Pensó: «Ahora, tengo dos»
Explicación: