Soy secretario de salud de una región autónoma de España. Nuestro sistema de salud es universal, financiado a través de impuestos. Cualquier ciudadano, independientemente de sus ingresos, tiene derecho a asistencia médica. Es un sistema equitativo y justo, pero no ofrece incentivos a los hospitales para reducir sus costos. El sistema funciona bien cuando nosotros, los secretarios regionales de salud, vigilamos a las instituciones que suministran los servicios hospitalarios. El tema que me ocupa hoy son las cirugías de reemplazo de rodilla y cadera. Son procedimientos costosos que se demandan cada vez más a medida que la población envejece. Los reemplazos cuestan anualmente 511 millones de euros al sistema español de salud. Para mi sorpresa, en una investigación recientemente publicada encontré que 25% de todos los reemplazos en España son injustificados. Claro que para establecer si el reemplazo era o no justificado, los investigadores no preguntaban a los médicos ni a los pacientes, sino que aplicaban a estos últimos una encuesta con el objetivo de evaluar tres dimensiones de la enfermedad: dolor, rigidez y la capacidad de la articulación para cumplir su función. Los pacientes marcaban sus respuestas en una escala de cinco puntos tipo Likert. De acuerdo con los investigadores, el estado de salud de 25% de los pacientes no exigía el reemplazo. No quiero decir que los médicos se equivocaron al recomendar el reemplazo ni propongo que sería una buena medida negar reemplazos a los pacientes, pues ello sería injusto y socialmente inviable. Sin embargo, se deben estandarizar las mejores prácticas. Por ahora, a pesar de que atienden a la misma población con las mismas enfermedades, nuestros médicos emplean
diferentes criterios para recomendar el reemplazo correspondiente. Las mejores prácticas de reemplazo ya están identificadas y compiladas en guías médicas, que establecen que el principal criterio para recomendar el reemplazo es el dolor cuando se camina, se suben escaleras, al levantarse de la silla, así como el que se puede sentir en reposo. A pesar de la existencia de las guías, la práctica médica varía de forma significativa. En la literatura existe evidencia de que los pacientes hombres, que presentan los mismos signos y síntomas que las mujeres, se operan con más frecuencia. Parece que ellos confían más en la habilidad del cirujano que estas últimas. También parece que las mujeres prefieren soportar el dolor, pues temen ser una carga para sus familiares en caso de un mal resultado del reemplazo, eventualidad que nunca se puede excluir. Investigadores han detectado diferentes percepciones culturales del dolor con base en la región geográfica, características de la vivienda, tipo de trabajo, actividad física rutinaria de la persona, y diferencias entre médicos a la hora de evaluar el dolor que siente el paciente.
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Los resultados de las investigaciones son muy interesantes, pero no encuentro respuesta a mi pregunta: ¿Cómo se puede estandarizar la práctica
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