Sigue visible el imperialismo en la guerra fría. Justifique con dos razones
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
En el inicio del nuevo milenio fue cuando se publicó el libro de Michael Hardt y Antonio Negri, Empire (2000). Desde su aparición, recibió muy duras críticas (Petras, 2001; Boron, 2002; Di Nardo, 2013). Algunos, en cambio, como Žižek (2001), lo acogieron con indudable optimismo. Este contraste en su recepción era de esperarse en un estudio que sobresale por su heterogeneidad. Desde sus primeras páginas, Hardt y Negri reivindican en su análisis una sobria interdisciplinaridad en un franco estallido de fronteras disciplinarias e hibridación posmoderna. Un enfoque que se autodefine tanto en línea de continuidad con la obra de Marx como con la tradición de Mille Plateaux de Deleuze y Guattari (1980). Esta naturaleza fluida, compleja y multidimensional de Imperio, lo pone en conexión con la naturaleza igualmente fluida y difícil de asir que caracteriza la gelatinosa realidad objeto de estudio de la obra. Una realidad inasible y -por inasible- líquida (como la ha denominado Bauman [2000]) , pero que a la vez posee estructuras claramente identificables.
Tres ideas fundamentales constituyen la base central de imperio. Las tres, por cierto -tal como lo mostraré-, han sido muy mal asimiladas por sus detractores. Mi interés no será reseñarlas, sino entretejerlas críticamente para mostrar el modo en que éstas son analizadas desde el pensamiento político latinoamericano. Enumero rápidamente cuáles son estas tres ideas. La primera de ellas tiene que ver con aquello que da título al libro: la diferencia entre imperio e imperialismo. La segunda se sigue de la anterior: afirma que el dominio imperial transitó de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control propia del imperio (lo cual no impide que en éste exista un mercado global con forma de estructura jurídica policial). Finalmente, la última idea se refiere al concepto de multitud. Haré un triple recorrido por estos ejes. Esto me permitirá mostrar una cara de la exclusión, la violencia y la subalternidad que usualmente pasa inadvertida.
Empecemos por el imperio. Desde el prefacio de su libro, Hardt y Negri irrumpen ofreciendo un nuevo (y provocador) significado de esta palabra. Este término -nos aclaran en seguida- no es una metáfora, sino "una categoría teórica que exige mostrar las semejanzas entre el orden mundial actual, los imperios de Roma, China, el continente americano y algunos otros" (Hardt y Negri, 2000:16). El concepto de imperio se caracteriza principalmente por la falta de márgenes: el dominio de un imperio no tiene límites. Ante todo, y en general, los imperios han buscado constituir regímenes carentes de fronteras territoriales o temporales. Al ser una circunferencia sin límites, su centro está en todas partes y también en ninguna. Su orden no se presenta como un orden temporal. Antes bien se exhibe como una forma de organización que suspende la historia. Un imperio, en otras palabras, no aspira a presentar su dominio como un momento transitorio dentro del devenir histórico, sino como algo que está más allá de ello y le pone fin al acontecer. Su dominio impera en todos los registros del orden social y se ramifica hacia la completa extensión de los laberintos y compartimentos de la vida cotidiana. Porque este dominio no sólo organiza la vida social, más bien la define, aspirando a gobernarla biopolítica y exhaustivamente.1