si Queremos saber saber cuál es el límite del conocimiento debemos averiguar también Cuál es su origen
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
No hay que identificar límite de certeza especulativa con el límite de conocer. Las certezas especulativas que el hombre posee son muy pocas, afortunadamente el ámbito del conocer se extiende mucho más allá. Cuanto mayores sean nuestras exigencias críticas en el conocer humano, más estrechos serán los límites de nuestro conocimiento y viceversa. Por tanto, hay que hablar de varios niveles de límites.
¿Hay un límite absoluto en el conocer?; y ese límite ¿se trata de un límite de incognoscibilidad o de un límite de incapacidad del hombre?
La configuración del tema de los límites del conocimiento es lenta y tardía en la historia de la teoría del conocimiento. Así, en la filosofía griega y medieval, si cabe hablar del límite, tal límite no estaba del lado del conocimiento mismo, sino del lado de las realidades conocidas que, por sí mismas, carecían de las condiciones de cognoscibilidad. Para poder hablar del límite desde el conocimiento mismo, hay que esperar a la modernidad, cuando, al someterse el conocimiento a un autoanálisis riguroso, se empieza a entrever que la capacidad cognoscitiva puede tener, en sí misma, unos topes irrebasables. La actitud frente al conocimiento deja de ser una actitud confiada para, desde Descartes, convertirse en una actitud cautelar, cuya mejor expresión es la aceptación de que hay que contar con un método que embride las “facultades” conque el hombre conoce. Pues, aunque, de acuerdo con la tradición, se siga manteniendo que la razón, entendida como conjunto de los dinamismos de conocimiento, es el lugar donde se lleva a cabo la revelación de la realidad, ya no se trata de una revelación confiada, sino que requiere precaución y crítica.
Esta actitud crítica tiene como primer objetivo la propia razón o capacidad del hombre para medir sus fuerzas y regular metódicamente su modo de funcionar.
Y en ese autoanálisis crítico resulta inevitable hacerse cuestión de los límites del conocer. Para ello se hace preciso ganar la autonomía de la razón, sobre todo la autonomía que liberase a la razón de su teologización medieval, por la que se consideraba a la razón humana como participación de la razón divina. Porque, obviamente, si la razón humana estaba respaldada por y apoyada en la razón creante, hablar de límites, sobre todo de límite absoluto, sería ponerle, en cierta medida, límites a la razón divina. Por eso el problema del límite adquiere su pleno sentido en una razón secularizada, tal como Hume dice que debe ser el discurso filosófico en su ensayo Sobre la inmortalidad del alma.
La pregunta que cabe plantear en torno al problema de los límites del conocimiento no es si toda realidad es permeable al conocimiento humano (pues, sea cual sea la respuesta a esta pregunta, se puede decir que carece de importancia), sino que la pregunta obvia, desde una modernidad que se centra y se enclaustra en el yo y en la razón, es ésta: ¿hasta dónde llega la capacidad del conocimiento humano?
Salta a la vista que el planteamiento del problema del límite y, sobre todo, la posible admisión de un posible límite último del conocimiento humano, está indisolublemente unido con el tema de lo irracional: si hay un límite absoluto del conocimiento, cabe pensar, que no conocer, un más allá de ese límite. Con ello estaríamos en los dominios de lo irracional. Esto significa que límites e irracionalidad son, en definitiva, dos caras de un mismo problema.