se siente en el aire el olor del humo y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza y las figuras literaria que
hay
Respuestas a la pregunta
Respuesta:Este ensayo vuelve al territorio narrativo de Juan Rulfo para descubrir ahí una serie de relatos –tan urgentes hoy como hace sesenta años– sobre el poder, el desaliento y la memoria.
GENEY BELTRÁN FÉLIX
Junio 19, 2015
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Las palabras inaugurales de Juan Rulfo en la literatura están dominadas por la negación: “Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.” Se trata del párrafo inicial de “Nos han dado la tierra”, el primer cuento de El Llano en llamas (1953), publicado originalmente en 1945 en la revista Pan. El discurso se rehúsa a levantar la visión del escenario; dibuja lo que no existe. La naturaleza es un paraje árido en el que no hay verdor ni asideros para la vida: es una pura carencia, la anulación de su ser.
Los campesinos han peregrinado temiendo que “no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esa llanura rajada de grietas y de arroyos secos” que el gobierno, durante el reparto agrario, ha entregado para su cultivo. Es una concesión hipócrita, pues esa tierra no da sustento; no es maternal sino arisca, enemiga de tan desértica. La travesía parece terminar cuando los hombres descubren que hay un pueblo cerca; pero la señal de vida humana es, de hecho, animal: “Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.”
Tengámoslo en mente: en la página primordial de las genialidades rulfianas lo que hay de los otros, apenas salvada una abundosa valla de negaciones, no es su presencia sino su olor, tan inasible como el humo y que, a la distancia, presumiría un benévolo rasgo de aliento.
Los asuntos de la destrucción
Ahí no hay vuelta de hoja: la nómina de hechos que se relatan en El Llano en llamas y Pedro Páramo (1955), las dos caras del universo literario de Rulfo, es todo menos esperanzadora: campesinos condenados al hambre por recibir tierras estériles, una familia arruinada luego de una inundación, niñas y adolescentes sin más futuro que prostituirse, migrantes baleados al cruzar un río, un militar que emplea a sus soldados para cobrar una vieja venganza familiar, la persecución y asesinato de un hombre que, a su vez, ha matado a una familia completa, un adolescente que viola y asesina sin que haya modos de ponerle un alto, un hombre enfermo que agoniza y muere en una peregrinación… En el mismo Pedro Páramo se discierne a un sociópata que, entre otras gracias, usa cuanto recurso tiene a la mano para despojar de tierra a sus vecinos y engendra hijos en quienes nunca repara.Rulfo es un ejemplo, como habría pocos, del artista para quien la materia de lo que trata, los asuntos de su narrativa, parecen insobornables. ¿Hay manera de imaginar un libro de Rulfo sobre la Alemania nazi o el imperio mexicano de Maximiliano de Habsburgo? Si bien no han faltado las lecturas míticas y metafísicas de Pedro Páramo (“Su visión de este mundo es, en realidad, visión deotro mundo”, escribió Octavio Paz en 1960), la medida de su vigencia como narrador se puede inquirir desde la naturaleza inmediata, local, de sus historias, y la sombría visión que las convoca.
Explicación:
los olores del pueblo se perciben desde el camino