rezo que recuerda momentos de la vida de Jesús y de la Virgen María
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Jesús también aprendió a orar de su madre, María Santísima. Cierto es que acompañaba a José a la sinagoga donde memorizó los salmos. En casa aprendió de él todas las bendiciones que los judíos pronuncian a lo largo del día, comenzando por alabar a Dios por el canto del gallo al amanecer. También de José aprendió a bendecir el pan y a dirigir el Seder en la cena de Pascua. Un día con esas oraciones iniciaría su Última Cena.
Pero de María aprendió Jesús la oración más importante: el fiat. La vida de la Virgen estuvo rodeada por el misterio. Los episodios cruciales le resultaban incomprensibles: quedar encinta sin vivir con su esposo todavía y además hacerlo del Espíritu Santo; escuchar profecías sobre su Hijo que no alcanzaba a comprender; buscarlo angustiada por días hasta encontrarlo admirando a los grandes sabios, aprendiendo que para su Hijo primero que nada está su Padre, aun si eso implica separarse de ella sin avisar; lo verá ser juzgado injustamente y morir cruelmente en una cruz, a Él que fue el mejor de los hijos, que ayudó a tantas personas, que se tomaba tan en serio su relación con su Padre Dios. Nada de esto alcanzaba a comprender, así que lo guardaba en su corazón mientras decía confiada “Fiat”, “Hágase tu voluntad aunque yo no la comprenda, aunque me parta de dolor.”
Jesús aprendió de María su fiat y lo hizo suyo propio. Para Jesús es tan importante el fiat que aprendió de su madre, que lo enseñó a sus discípulos: “Ustedes oren así: ‘Padre nuestro … hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.’” (Mateo 6,9-10)
Y es que esta oración resulta esencial al plan de Dios. Tras escuchar el anuncio del ángel, el destino del universo dependía del fiat de María, de que ella aceptara ser la Madre del Verbo encarnado para que Este pudiera redimirnos. Ella, sin entender, pero confiando plenamente en Dios, le respondió al ángel mensajero, “Fiat”, “hágase en mí según tu palabra”. (Lucas 1,38) Pero se necesitará un fiat definitivo, el de su propio Hijo, para poder consumar el plan de la salvación. En el momento más difícil de su vida en la tierra, orando en el Monte de los Olivos, a pocos minutos de ser aprehendido para ser después juzgado y sentenciado a muerte, Jesús le pide a su Padre lo inesperado, “Si quieres, aparta de mí esta copa.” (Lucas 22,42) El Hijo del Hombre se siente triste a punto de morir y tiene miedo al grado de sudar sangre. No quiere continuar. Pero Jesús recuerda entonces la oración que aprendió de su madre. Y así, por encima del miedo y a pesar de la tristeza, le dice a Dios, “Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. ¡Fiat!” Y con ese acto de abandono total a la voluntad de su Padre, pudo concretarse el plan divino de salvación.
Este mayo, mes de María y por extensión, mes de nuestras madres, demos gracias a Dios por los labios de mamá que pusieron en los nuestros las primeras oraciones. Y pidámosle a María, madre nuestra, que nos enseñe, como a su Hijo, a decirle siempre a Dios “Fiat, hágase tu voluntad”, aunque a veces no la comprende
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Rosario
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