Revolución rusa
Peticiones dirigidas al Zar por los manifestantes del 9 de enero de 1905.
« ¡Señor! Nosotros, obreros de San Petersburgo, nuestras mujeres, hijos y ancianos inválidos, llegamos ante
ti para pedir justicia y protección. Estamos en la Miseria, oprimidos y cargados con trabajo excesivo,
tratados como esclavos que deben soportar pacientemente su amarga suerte y callar. Creemos preferible
morir que prolongar insoportables sufrimientos. Hemos abandonado el trabajo y declarado a los patronos
nuestro propósito de no reintegrarnos al mismo hasta que satisfagan nuestras demandas. Pedimos pocas
cosas. Nuestra primera petición es que los patronos examinen con nosotros las Peticiones. Esto ha sido
rechazado, así como el derecho de hablar de nuestras necesidades (...). También han considerado ilegal
nuestro deseo de disminuir el horario de trabajo hasta las ocho horas diarias, de convenir el salario (...), de
que se mejoren las condiciones de trabajo. Según los patronos todo es ilegal: nuestras demandas, un
crimen. ¡Señor! Estamos aquí Más de 300.000 hombres solamente por sus apariencias y aspecto.
Cualquiera que entre nosotros intente elevar su voz para defender los intereses de la clase obrera será
aprisionado y deportado (…). ¡Señor!, ¿Esto es conforme con las leyes divinas, en cuya virtud gobernáis? Por
esto, nos hemos congregado cerca de los muros de tu palacio. Es aquí donde buscamos el último saludo.
No rehúses proteger a tu pueblo. Sácale de la tumba de la arbitrariedad, de la miseria y de la ignorancia.
Ordena inmediatamente convocar a los representantes de todas las clases y órdenes del pueblo ruso. Y para
esto, manda que las elecciones a la Asamblea Constituyente se hagan según el sufragio universal, secreto e
igual. Es nuestra petición más importante.»
Apud. VOILLIARD y otros: «Documentsd'Histoire, II, ArmandColia, París, 1964, Págs. 102-103. EN: J.
González Fernández, Historia del Mundo Contemporáneo, Editorial Edebe, Barcelona 2001, p.152
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La expulsión de los jesuitas de España de 1767 fue ordenada por el rey, Carlos III bajo la acusación de haber sido los instigadores de los motines populares del año anterior, conocidos con el nombre de Motín de Esquilache.
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