revolución hemogénea
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Respuesta:
Qué tienen en común las teorías de Marx, Weber, Gramsci y Foucault con las prácticas políticas de próceres cubanos que lucharon por la independencia frente a España? A primera vista podría parecer una presunción intelectual o un descuido metodológico analizar la guerra de 1895–98 bajo tales premisas filosóficas y sociológicas, concebidas en otras latitudes y en otras circunstancias históricas. Sin embargo, lo sorprendente es que no se hubiera emprendido un estudio teórico de las revoluciones cubanas del siglo XIX, con mayor sistematicidad y hondura, más allá de los acercamientos valiosos de Jorge Ibarra, Ramón de Armas, Francisco Pérez Guzmán o Fernando Martínez Heredia. Esta ha sido la tarea acometida por Álvarez Pitaluga, autor de una estimable biografía familiar del prócer dominicano Máximo Gómez.1
La tesis fundamental del libro descansa en el siguiente enunciado: “La revolución de 1895 fue diluida mediante un complejo proceso de reproducción de una hegemonía cultural, sustentadora del estatus dominante de la burguesía azucarera y del Estado colonial, proceso ocurrido no en una institución, dirigente o escenario específicos, sino a través del conjunto general de los mismos a lo largo de la epopeya. A su vez, el desarrollo de disputas internas por el poder político constituyó el otro factor que permitió dicha dilución”; y como corolario: “Este proceso limitó la expansión del programa martiano en el interior de la revolución y encauzó solo la liberación nacional como meta a alcanzar” (16).
El capítulo 2 contextualiza a las revoluciones cubanas dentro del ciclo revolucionario americano del siglo XIX, con énfasis en la articulación de una hegemonía burguesa en la isla desde fines del siglo XVIII, que integró su destino a la plantación azucarera esclavista y prefirió no ser una clase nacional ante el peligro de ver destruida su riqueza. La ruptura del 68 modificó las percepciones que las clases dominantes burguesas habían tenido sobre la opción separatista y radicalizó el discurso político de las clases y sectores no vinculados al occidente plantacionista.
En el tercer capítulo se analizan las relaciones entre hegemonía, poder e intelectuales en el Ejercito Libertador, con aproximaciones al corpus de la literatura de campaña (testimonios, crónicas, memorias, diarios, autobiografías, etc.). Fue en esta construcción letrada donde “la revolución legitimó a sus héroes, su mitología y su razón de ser” (66–67). El historiador rastrea las huellas de la ideología martiana, sin embargo, aunque abundan referencias puntuales, es notable la ausencia del pensamiento martiano. En la prensa de la manigua, se arraigó “un enfoque de corte liberal burgués que poco se acercó a los profundos cambios sociales de amplios beneficios populares” y tampoco “promovió aquellas transformaciones estructurales que Martí deseó” (81). [End Page 227]
Un asunto polémico es el otorgamiento de grados militares. La tendencia en la dirigencia mambisa a hacer nombramientos en función de niveles educativos y orígenes de clase, limitaba el ascenso de sectores humildes y legitimaba la hegemonía cultural y clasista. Ello no sólo fue potestad del Consejo de Gobierno, el propio General en Jefe los otorgó a civiles con niveles intelectuales altos, en opinión de Pitaluga, por necesidad pragmática. La mayoría de los grandes jefes mambises no fueron ajenos a dicha práctica. Otros factores fueron el denso tejido de redes clientelares, compromisos, tráficos de influencias y privilegios del poder, así como la influencia de redes familiares.
El capítulo 4 está consagrado al Consejo de Gobierno, cuya composición clasista derivó hacia posturas conservadoras, lo que se expresó particularmente en el aparato legislativo que produjo. Además de la hostilidad hacia las huestes castrenses, hubo en su interior disidencias generacionales, clasistas, por ambiciones personales...
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