resumen del libro corazon de colibri capitulo 7
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El argentino Carlos Marianidis (Buenos Aires, 1959) es una de las voces más plenas con las que cuenta hoy la literatura infantil y juvenil en el mundo hispanohablante. Narrador, poeta, dramaturgo, obtuvo en el año 2002 el premio Casa de las Américas por su novela Nada detiene a las golondrinas, caracterizada por la magistral construcción de sus personajes y una fineza narrativa notable que volvemos encontrar en la muy reciente Corazón de Colibrí, recomendada para su publicación por el jurado de prestigiado Concurso Internacional de Literatura Juvenil LIBRESA en 2008.
Beto y Mara son dos hermanos y dos puertas abiertas a las memorias. Según recuerda Beto las cosas acontecen desde la percepción de un niño de 6 años y según recuerda Mara, el tiempo y sus objetos transcurren al ritmo impaciente de una chica de 14 años. Al final del libro se nos revelará la verdadera naturaleza del recuerdo, su valor y su inapresable hermosura, pero al comenzar a leerlo de inmediato nos solidarizamos con las muy presentes privaciones económicas por las que atraviesa la familia -padre en el desempleo, madre enfermera, dos hijos, abuela de visita- y junto con ellos se nos apaga la luz eléctrica por falta de pago y...
... se enciende la luz de las velas para que acontezcan las sombras chinas que engolosinan a Beto, que desesperan a Mara, para que la española abuela Milagros desgrane la Granada infinita de su memoria y para que en una modesta vivienda argentina se encienda la luz del majestuoso candelabro invisible con que Federico García Lorca alumbró sus sueños de luna.
Tanto para nosotros como para Claudio, el chico por el que Mara suspira, el que la abuela Milagros haya conocido al poeta de Granada y compartido con él un rayo de luna nos resulta mítico. Y vamos con Milagros al encuentro del recuerdo que anhelamos: Federico llegó a Buenos Aires, a presentarMariana Pineda, y la abuela no tenía dinero para comprar un boleto, pero fue a verlo y se abrió paso a empellones y...
Los recuerdos de la abuela proyectarán su luz -y también su sombra- sobre la vida de Mara, quien aprenderá de manera dolorosa que no hay un camino trazado de antemano para vivir el amor como si fuera un cuento o un poema y que, si acaso, los cuentos y los poemas surgen, paradójicamente, de este dolor.
Pero ahí está la abuela Milagros para restañar el dolor de la herida de Mara, y Beto para comer con ella merenguitos.
Y la comprensión que ocurre a lo largo de la novela de que el mágico pasado es un territorio que se crea a golpe de presente y que luego se conquista a golpe de esperanza:
Envueltos en un perfume de madreselvas, allí estamos los dos, eternamente niños, sentados hombro con hombro, balancéandonos con los ojos cerrados.
Beto y Mara son dos hermanos y dos puertas abiertas a las memorias. Según recuerda Beto las cosas acontecen desde la percepción de un niño de 6 años y según recuerda Mara, el tiempo y sus objetos transcurren al ritmo impaciente de una chica de 14 años. Al final del libro se nos revelará la verdadera naturaleza del recuerdo, su valor y su inapresable hermosura, pero al comenzar a leerlo de inmediato nos solidarizamos con las muy presentes privaciones económicas por las que atraviesa la familia -padre en el desempleo, madre enfermera, dos hijos, abuela de visita- y junto con ellos se nos apaga la luz eléctrica por falta de pago y...
... se enciende la luz de las velas para que acontezcan las sombras chinas que engolosinan a Beto, que desesperan a Mara, para que la española abuela Milagros desgrane la Granada infinita de su memoria y para que en una modesta vivienda argentina se encienda la luz del majestuoso candelabro invisible con que Federico García Lorca alumbró sus sueños de luna.
Tanto para nosotros como para Claudio, el chico por el que Mara suspira, el que la abuela Milagros haya conocido al poeta de Granada y compartido con él un rayo de luna nos resulta mítico. Y vamos con Milagros al encuentro del recuerdo que anhelamos: Federico llegó a Buenos Aires, a presentarMariana Pineda, y la abuela no tenía dinero para comprar un boleto, pero fue a verlo y se abrió paso a empellones y...
Los recuerdos de la abuela proyectarán su luz -y también su sombra- sobre la vida de Mara, quien aprenderá de manera dolorosa que no hay un camino trazado de antemano para vivir el amor como si fuera un cuento o un poema y que, si acaso, los cuentos y los poemas surgen, paradójicamente, de este dolor.
Pero ahí está la abuela Milagros para restañar el dolor de la herida de Mara, y Beto para comer con ella merenguitos.
Y la comprensión que ocurre a lo largo de la novela de que el mágico pasado es un territorio que se crea a golpe de presente y que luego se conquista a golpe de esperanza:
Envueltos en un perfume de madreselvas, allí estamos los dos, eternamente niños, sentados hombro con hombro, balancéandonos con los ojos cerrados.
paulinaguerrero:
gracias
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