resumen del cuento mi única mentira autor Rafael membrano
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Respuesta:
Mi única mentira
Chiquitín como era, el molesto visitante me causaba miedo atroz. Sólo pensar que, aprovechándose de mi sueño, iría a mi cama, se instalaría en las almohadas, saltaría a mi cabeza y arrastraría por mis labios aquella colita inestable helada, me daba calofrío. En esta inquietud, nervioso, sobresaltado, asustadizo, pasaba yo dos o tres horas, mientras en el otro lecho dormía mi padre el sueño dulce y tranquilo que nunca falta a las personas de buena conciencia. A la mañana olvidaba yo mis temores y recelos de la víspera, sin pensar durante el día en el ratoncillo aquel de nuestra alcoba, teatro de sus correrías.
Un día, al volver del colegio, encontre a mi padre disgustado y mohíno, revolviendo papeles de música y sacudiendo pliegos carcomidos . -¡Un gato! -dije-. -¿Un gato? -prorrumpió mi padre, sacudiendo un legajo de valses viejos-. -Música de provenir... -pensé replícar, echándola de satírico, pero no tuve valor para burlarme de las aficiones de mi padre, wagneriano incipiente, y como tal un tanto apasionado.
De fijo que el nocturno visitante andaba corriendo la tuna con sus amigos y compañeros, porque esa noche vino muy tarde, dada la una, pasito a pasito, como si recelara del peligro.
El ratoncillo, confiado y seguro, saltó a una silla, de allí al buró y diose a ensayar sus ejercicios acrobáticos, brincando de la cerillera a la palmatoria, por burla, sin duda, por el deseo de reirse de nosotros. Mi padre despertó.
-Confiesa que tienes miedo, que te causa repugnancia... Sumerge la jaula en una cuba de agua y ahógale.
¡Yo no le mato!
El transnochador se revolvía en la jaula como un loco.
Iba yo a sumergir la ratonera... Y el valor me faltó. -¿Le mataste? -preguntó mi padre. -No, señor -contesté-, dejé la ratonera en el patio. Huye y no vengas a quitarnos el sueño, ni a causarme penas como ésta que ahora me oprime el corazón.
Huyó el ratoncillo y yo respiré tranquilo, venturoso y feliz.
Esa noche me vi obligado a decir a mi padre una mentira -la primera y la última-, la única que oyó de mis labios en toda su vida. Esa noche viví muchos años en unos cuantos minutos. Y desde entonces, no puedo escuchar música de Mozart o de Beethoven sin acordarme del prisionero a quien di libertad.