¿Resumen del cuento la telaraña en cuentos de saki ?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
La cocina de la granja quizás estaba donde estaba por azar o accidente. Sin embargo, la ubicación bien podía haber sido proyectada por un experto estratega en arquitectura campesina. La lechería, el corral, el huerto y los demás lugares de trajín de la granja parecían tener fácil acceso a aquel refugio con piso de anchas losas, en donde había espacio para todo y en donde un par de botas embarradas dejaban huellas fáciles de barrer. Y aún así, a pesar de lo bien emplazada que estaba en el centro del tráfago humano, su única ventana, larga, enrejada, con un amplio asiento empotrado y enmarcada en un alféizar más allá de la enorme chimenea, dominaba un dilatado paisaje silvestre de colinas, brezales y boscosas cañadas. El hueco de la ventana era casi un cuartito de por sí, en realidad el más agradable de la granja en cuanto a situación y posibilidades. La joven señora Ladbruk, cuyo marido acababa de recibir la granja por herencia, había puesto los ojos en el cálido rinconcito; y los dedos le picaban por volverlo claro y acogedor con cortinas de zaraza, vasos llenos de flores y una repisa o dos con viejos platos de porcelana. La mohosa sala de la casa, que daba a un jardín adusto, melancólico y encerrado por tapias lisas y altas, no era un cuarto que se prestara con facilidad para el confort o la decoración.
Explicación:
Cierta mañana fría y gris se encontró esperando, sus cajas ya acomodadas en la carreta, a que todos los productos del mercado estuvieran listos, pues el tren que iba a tomar era menos importante que los pollos, la mantequilla y los huevos que iban a ser puestos en venta. Desde donde estaba podía ver una esquina de la larga ventana enrejada que habría quedado tan acogedora con las cortinas y tan alegre con los floreros. Se le ocurrió pensar que durante meses, años quizás, mucho tiempo después de que la hubieran olvidado por completo, se vería asomar una cara pálida y desentendida a través de esos cristales, y que se oiría rezongar una voz débil y trémula por esos corredores enlosados. Se dirigió hasta una ventana batiente de tupidos barrotes que daba a la despensa de la casa. La vieja Martha se encontraba de pie frente a una mesa, espetando un par de pollos para el puesto del mercado de la misma manera que los había espetado desde hacía casi ochenta años.