Castellano, pregunta formulada por wendyjaimes319, hace 1 mes

resumen del cuento espadas son triunfos porfaaaaa siiii lo nesecito porfa​

Respuestas a la pregunta

Contestado por jreinainfante
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Respuesta:

Explicación:

La vida militar, política y social del general José Antonio

Pérez suministra material para fabricar, más de veinte poemas de a quinientas

páginas cada uno.

En el año 1850, el mencionado general pasaba de los sesenta años de

edad; era tipo perfecto de robustez física, de claridad mental y verdadera efigie

del veterano valiente, tal cual lo imaginamos y conocemos, los que hemos

visto y estudiado de cerca los restos de los obreros de la guerra grande de

Colombia. No muy alto el cuerpo del general, su organización era sólida y bien

proporcionada. A la verdad, era un poco obeso, cargado de espaldas, ancho de

pecho y rígidos músculos. Cuando se ponía de pies hacía pensar en la belleza

de formas del célebre Torso del Museo del Vaticano, tan admirado, se dice, por

aquel rey de los artistas a quien llama el mundo Miguel Ángel. Completábase

la fisionomía de Páez en semejante época, con una cabeza cubierta de canas

y con una cara adornada de pera y bigote blanco, como si fuesen hechos por

la aglomeración metódica de una madeja de hilos de plata simétricamente

recortados sobre fondo cobrizo.Ya había nuestro héroe vacado de sus faenas militares tan cuidadosamente

narradas por la historia patria, y ya, como la mayor parte de nuestros presidentes

de República, había experimentado personalmente cuanto tiene de voluble y de

incierto el giro caprichoso de la rueda de la fortuna política. Estaba a la sazón

desterrado de Venezuela, y golpeaba la puerta de la gran república del Norte,

pidiendo hospitalidad y abrigo.

Cuando un célebre personaje llega a una gran ciudad norteamericana

o europea, acontece que se lo disputan hosteleros y periodistas; los primeros

para provocar aumento de concurrencia a sus establecimientos, y los últimos

para acrecentar las suscripciones de sus diarios.

Eso, ni más ni menos, sucedió con el prócer venezolano, quien por fin

de cuentas, no pudiendo alojarse en todas las posadas a la vez, lo hizo en casa

de Astor, recomendada entonces por su lujo y por sus grandes comodidades.

Los papeles públicos se llenaron de artículos encomiásticos, y entre pomposas

biografías, salutaciones acaloradas, numerosas visitas, serenatas, invitaciones

oficiales y pruebas de distinción llegadas de todas partes, el caudillo del Apure

fue objeto por muchos días de los más espléndidos agasajos.

Pasado el primer flujo de exaltación general, la morada del insigne batallador

quedó como centro de diarias reuniones, en que sus amigos particulares buscaban

agrado y hallaban entretenimiento.

Una tarde estaban algunas personas de visita en

su casa, y se solazaban íntimamente oyendo la relación

ingenua y sencilla de varios hechos y accidentes ocurridos

en sus campañas. A una de ellas debo el conocimiento de

la anécdota que paso a referir.

Se trataba del general Bolívar, y Páez tenía la palabra.

—Ustedes saben, decía, que ni soy literato ni

filósofo ni gran razonador. Yo me tengo simplemente,

lo que no es poco, por soldado en el pleno goce de un

arreglado y simple sentido común; pero la poquedad de

mis facultades no me impide aplicarlas a la apreciación

exacta de algunos hechos, y al juicio que debe formarse

de algunos hombres.

Sentí admiración por el Libertador, y si al fin me

rebelé contra su idea de gobierno en Valencia, lo hice

porque ya por error o ya por acierto, me convencí de que su

sistema político no convenía a la República de Colombia.

Fuera de eso, yo le vi y estimé siempre como personaje

portentosamente grande, y tan grande que todo lo que me

cuentan de Napoleón, me parece poco cuando lo comparo

con lo que Bolívar obró.

Napoleón, señores, estuvo rodeado por tenientes y

subalternos, que, a ser cierto lo que sobre ellos se escribe

y lo que yo he leído por allí en algunos libros, eran tan

grandes como él, y sin duda los más grandes capitanes

del mundo después de él. Kléber, Davoust, Monsey, Soult,

Lannes, Massena, Ney, Murat, y tantos otros, hubiera

podido cada uno de ellos mover el mundo, volcar naciones

y conquistar reinos, si él no se les hubiese anticipado y si no

los hubiera dirigido. Todos eran obedientes y lo segundaban

con inteligencia

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