Resumen del cuento el hombre de las muletas de níquel
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
este hombre ha debido nacer en un lecho de príncipe, todo de madera preciosa, con
incrustaciones de nácar y oro, bajo su pabellón de seda azul, ondeando entre lambrequines de plata.
Con su gorro de blondas, por entre cuyos vuelos rizados asomaría su rostro, como botón de lirio
enfermo entre hojas amarillentas, debió adormecerse en los brazos robustos de una nodriza
extranjera, rubia como una espiga y roja como una manzana, que trataría de llenarle, con el licor de
sus senos, las ramificaciones de sus venas. Su nacimiento debió costar a su madre largos días de
cansancio, de somnolencia y de languidez. A pesar de los cuidados extremos, este niño crecería
enfermo, pálido, raquítico, consumido por la fiebre, sujeto a crisis nerviosas, llorando siempre por
causas desconocidas. Una ráfaga de aire, deslizada por entre las persianas, debió postrarle semanas
enteras en su cuna imperial, donde se acurrucaría, como el pájaro en su nido, hasta sentir un acceso
de tos fina, de una tos seca, de una tos penetrante, como si brotase de un pecho de cristal.
Además de la pobreza de su organismo, que lo obligaría a vivir, como una planta de invernadero,
tras las vidrieras de la casa paterna, buscando la sombra y huyendo de la luz del sol, el niño debió
entrar en el mundo, al salir del claustro maternal, con una de sus piernecillas encogidas, con una
pierna que no había de recuperar nunca su debida tensión, con la pierna que hoy le obliga a moverse
entre muletas negras, de un negro de ébano, forradas de níquel en sus extremidades.
¡Cuán inmensa debería ser la tristeza de sus padres, al mirarlo tendido en las alfombras rameadas
de flores, pero sin hacer movimiento alguno, como un clavel tronchado de raíz, hasta que alguien lo
suspendía en brazos! ¡Cuán hondo el pesar de la madre, si al recibir las visitas de felicitación,
trataban de hacer al hijo una caricia en sus rosados piececillos! ¡Qué amargura tan intensa la del
padre, si al salir a caballo por las tardes, solía encontrar en las ruidosas alamedas, multitud de niños
que se agitaban, en brazos de las nodrizas, como pájaros ansiosos de volar!
Los juguetes que disiparían, en algunos instantes, las tristezas de su niñez, no fueron seguramente
los polichinelas vestidos de rojo, que surgen de un mango de marfil, coronados de sonoros
cascabeles; ni las cajas llenas de musgo verde, dentro de las cuales aparece una aldea, con su cabaña,
con sus pastores, con sus árboles y con sus rebaños; ni los muñecos de trajes rosados, guarnecidos de
encajes, que cierran sus ojos de porcelana azul y que, por medio de un resorte comprimido,
prorrumpen en tiernos gemidos o balbucean frases infantiles. Los que le cautivaban, deberían ser los
juguetes de movimiento, no los que estaban condenados, como su pobre cuerpecito, a perenne
inmovilidad. Así debió buscar, con marcada predilección, las locomotoras pintadas de azul de Prusia
y de bermellón, que arrastrarían, por los mármoles del pavimento, larga fila de vagones multicolores;
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hola aqui tienes
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